sábado, 14 de julio de 2018

Entrégate, audiencia, aún no te siento

Más interesante por su impacto cultural que como obra televisiva, Luis Miguel: la serie (2018) tiene la extraña cualidad de dejarse ver mientras uno hace otra cosa. En ocasiones parece que su tema exige aderezos o condimentos de otros medios para disfrutarse. ¿Es posible volver a ese tipo de mitos sin morbo? Los incontables titulares que orbitan o parasitan esta bioserie (“Políticos polémicos en la serie de Luis Miguel”, “Revelan por qué se distanció Luis Miguel de su hermano Sergio”, “Los mejores memes que dejó Luis Miguel: la serie”, etcétera) parecen indicar lo contrario. Carlos Rodríguez reflexionó ya en “Nace una estrella (otra vez)” sobre las particularidades del mito explotado por este tipo de productos, pero en el caso de Luis Miguel, que se transmite por Netflix y Telemundo, operan también otros elementos de, digamos, color local.

Pero atendamos primero la extraña simultaneidad o dispersión a la que invita. Ahora mismo, mientras escribo esto, me enfrento a un nuevo capítulo en el que rápidamente pueden identificarse sus tics: el apego feroz a las convenciones de la televisión contemporánea (todos los capítulos inician con un pretendido gancho), la perseverancia en errores de continuidad, las estrategias de novela decimonónica (con sus obligados saltos temporales) o su claro afán de revisionismo de los ochenta, tan recurrente en la cultura popular reciente (¡incluso la imagen de portada en el menú de Netflix emula los diseños de Drew Struzan!). Es como si los huecos formales o narrativos pudieran llenarse consultando –mientras se ve o más tarde, para pasar el mal trago– revistas de farándula, sitios caza clics o memes. Hay algo reconfortante pero también macabro en que muchos espectadores rematen cada capítulo averiguando quién fue Arturo Durazo Moreno (o revisando en línea un carrete de imágenes de su mansión en Zihuatanejo, “contenido” que lo mismo aparece en sitios dedicados a “vida y estilo” que a temas paranormales), o dándose un chapuzón en la historia de “los Vampiros”, presentados en la serie con inocentes ecos a los intolerables personajes de Entourage (2004-2011), pero que tal vez deban verse con mayor atención (Miguel Alemán Magnani es uno de los productores de la serie): he aquí el origen del mirreynato.

Creada por Carla González Vargas, Mark Burnett y Pablo Cruz, Luis Miguel es sólo parte de una oleada de series dedicadas a celebridades de nuestra región. El Canal de las Estrellas, por ejemplo, contó con Hoy voy a cambiar (2017), sobre la vida y carrera de Lupita D’Alessio. En Netflix también pueden encontrarse títulos como José José: el príncipe de la canción (2018), Jenni Rivera: Mariposa de barrio (2017) o El Chapo (2017). Como producto, ¿qué tan distinto es? Aquí debemos llamar la atención, de nuevo, sobre el impacto cultural de la serie, que ha revivido algunas de las fantasías aspiracionales (el “barniz cosmopolita”) encarnadas por Luis Miguel. Uno creía que la práctica de imitar los gestos del cantante en pistas de baile se había extinguido, y para bien, pero es innegable que esta serie los ha resucitado. ¿Irónicamente? ¿Es así como uno se enfrenta a la serie? Hace poco, en la sección de “Análisis” de televisión del periódico El País, al reflexionar sobre los dones de distintos guionistas, Daniel Krauze (quien escribió varios capítulos de Luis Miguel, algunos en mancuerna con Susana Casares) apuntó: “hay quienes saben cómo intercalar las escenas y darle forma a un episodio, otros que tienen el don de la continuidad y del hallazgo oportuno de huecos en la trama, algunos que son capaces de solucionar hasta los peores embrollos con una sola idea. Para muchas de estas tareas yo no era el más preparado. Mi ventaja comparativa, supongo, fue haber sido un auténtico fan de Luis Miguel”.

Creo que entre los espectadores que no están interesados en Luis Miguel como fenómeno sintomático ocurre algo similar: no arriesgo demasiado al decir que quien ve este programa sin morbo o ironía lo hace porque sigue siendo un seguidor del cantante. Es un gusto, como todos, difícil de sancionar. Al margen de su tema, tal vez otros espectadores encontrarán en la serie una oportunidad para apreciar el trabajo histriónico de Óscar Jaenada, que revive de nueva cuenta a una figura de la cultura popular mexicana.



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