Noches de Julio, el primer largometraje del realizador Axel Muñoz, se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Guanajuato (o GIFF), iniciando así su recorrido por distintos festivales. La cinta mexicana, protagonizada por Hoze Meléndez en el papel de Julio y Florencia Ríos en el papel de Mara, logra un extraño balance entre elementos de thriller que evocan clásicos como Gaslight (1944), de George Cukor, así como estrategias que recuerdan la trilogía de los apartamentos de Polanski o recursos temáticos de Following (1998), de Christopher Nolan. A diferencia de esas cintas, Noches de Julio se permite un tono a ratos humorístico, a ratos melancólico, que en todo momento se preocupa por el punto de vista de Julio, un joven que lleva una anónima pero singular vida en la Ciudad de México: se dedica a entrar a casas ajenas.
La cinta, escrita por Claudia Garibaldi, coincidió con el interés de Muñoz por adentrarse en esas vidas invisibles que parecen brotar en megalópolis: “Trabajamos juntos el guion, ella se acercó en cuanto me gradué del CCC. Partimos de otra idea, me interesaba abordar la vida de alguien como un velador. Fue algo extraño, por los mismos años surgieron otras películas mexicanas con intereses similares, como El vigilante (2016) de Diego Ros, un thriller clásico, muy bueno, que me parece partía de una idea o pregunta similar: ¿cómo es el día a día de alguien como ese velador? Así inició. Fueron años de trabajar la idea: ella escribía y yo le contaba lo que me interesaba y así fuimos rebotando el material. El tema, me parece, es generacional: la imposibilidad de comunicarse que se transforma en una negativa a comprometerse. Es algo que, concretamente, puede verse en las redes sociales, pero no era un dispositivo que me interesara utilizar. Al fin y al cabo la vida de estos personajes recuerda a alguien que está stalkeando detrás de una pantalla o Facebook”.
Uno de los personajes de la cinta, con todo, sí parece estar encajado en las dinámicas de las redes sociales, Glenda (Laura de Ita), la dueña de una tintorería en la que trabaja Julio y que no se separa, fársicamente, de su celular: “Es la única que nos recuerda nuestro presente. Creo que es el único personaje un poco más satírico. Recuerdo que la única nota que le di a Laura sobre su personaje fue que era priísta, una especie de Fidel Velázquez, pero al frente de una lavandería”.
Fuera de ese tipo de elementos de, digamos, color local, en Noches de Julio es clara la influencia de cintas como El inquilino (1976), de Polanski: también acá se vuelve a subrayar la paranoia y los extraños excesos que pueden brotar de una agitada vida interior. “Polanski es un favorito y El inquilino es mi preferida de él. En el proceso de edición volví a revisar la película, que tuve olvidada un tiempo. Discursivamente estaba más cerca de Sexo, mentiras y video (1989), de Soderbergh, pero también por algunas cuestiones formales e incluso estéticas, tuve muy presente Rojo (1994), de Kieslowski, que me sirvió en algunos momentos de crisis. Polanski estaba incrustado y fue durante el proceso de edición cuando volví para confirmar lo que me interesaba. En El inquilino uno se da cuenta de un tema: el proceso que atravesamos para dejar de ser uno. A mi personaje le interesa conocer a las personas para dejar de ser sí mismo, pero bajo sus términos: estar solo y probar cómo sería ser alguien más, agarrando una guitarra ajena pero sin saber usarla, poniéndose el traje de alguien más, etcétera. ¿No es lo que le pasa a Trelkovsy en El inquilino? Tiene ese gran monólogo donde se pregunta por el privilegio que tiene nuestra cabeza de definir nuestra identidad”.
Aunque Noches de Julio es una historia de amor sui generis –que esquiva los lugares comunes del lenguaje de las comedias románticas, por ejemplo– es notable cómo utiliza estrategias de thriller para dar con un tono distinto, más cercano al humor. “Esa es una aportación del guion de Claudia, son cosas a las que tal vez yo no hubiera llegado pero me interesaba ejercitar. Sí necesitaba un balance, y es algo que noté desde el proceso de casting: buscábamos a alguien por el que nos pudiéramos interesar pero que al mismo tiempo pareciera anónimo. Sí fue un balance complicado. Creo que se refleja también en algunas escenas donde la influencia del humor de los hermanos Coen, con su humor negro refinado pero también hasta chabacano. Son tonos difíciles que quise bordear. Sí, es una historia de amor pero tampoco me interesaba el tono melodramático. ¿Qué tanto está logrado? No lo sé aún. Lo cierto es que quise ir a contrapelo de lo monotonal”.
Otro aspecto en el que Noches de Julio se desmarca de cintas que se desarrollan en la Ciudad de México es que aquí, a pesar de también ser un personaje, la ciudad se expresa principalmente a través de interiores diferenciados: hay espacios ascépticos (el departamento de Sofía, uno limpio y cuidado), pero también precarios o algunos que recuerdan un departamento de soltero ideal. En general, los diseños de producción y la dirección de arte, a cargo de Liz Medrano, ayudan a redondear personajes. “Creo que el hecho de que Claudia Garibaldi y yo seamos de provincia –ella es de Zacatecas y yo de Aguascalientes– nos dio el aprendizaje de la dificultad de encontrar, en la ciudad, espacios que sean como barrios”, abunda Muñoz. “Es algo, sin embargo, que se lee en la literatura o crónicas citadinas: espacios diferenciados como Coyoacán, la Narvarte, la del Valle o la Juárez, donde se encuentran los amigos, conocidos o sujetos de interés. Es algo que se ha ido perdiendo. Yo provengo de un barrio, en Aguascalientes, donde todo mundo se conoce y es algo que quise recuperar: la idea de un espacio donde coincidan los personajes. Así, encontramos a César, una especie de chanta, Don Juan o fuckboy, como dicen ahora. También está Sofía, que habita un espacio más estilizado, un tanto neurótico, se trata de alguien con dinero pero también difícil de descifrar. Y así con cada personaje. Queríamos plasmar eso, un recorrido con distintos escenarios que pudiera caminarse, con espacios claros”.
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