A cuatro décadas de la primera Marcha del Orgullo LGBT +, presentamos esta reunión de testimonios, realizada en colaboración con Anal Magazine. Esta serie, que inició en La Tempestad 135 (junio de 2018), ofrece un mosaico que aspira a expresar la diversidad sexual-creativa mexicana. El conjunto de textos, que consta de cuarenta voces, agrupa no sólo a artistas y diseñadores, sino también gestores culturales, curadores, editores y personas del mundo de las ideas. La serie continúa con Fabiola Torres-Alzaga, artista visual.
¿Cómo empezó tu proceso creativo?
Vengo de una familia con una fascinación por el objeto antiguo, por su valor simbólico y no económico. Los objetos llegados a nuestra casa, a través de negociaciones entre mis padres y el anticuario, desprendían historias casi fantásticas. A veces las piezas y su propia energía desempeñaban funciones imaginativas en nuestra vida cotidiana.
Yo quería dedicarme al cine, pero estudié fotografía y artes plásticas con la mira de llegar a dicho arte. Me he relacionado con el cine a partir de una faceta personal, mucho más solitaria. Sin embargo en mis instalaciones, esculturas, incluso en mis dibujos, hay algo del mundo inmaterial de lo cinematográfico.
¿Tu preferencia sexual tiene relación con tu creatividad?
Mis deseos, mis ansiedades, mis relaciones sexuales y afectivas afectan mi quehacer artístico. La obra que desarrollo tiene una característica: crea espacios, a veces ilusorios, pero crea espacios. Me parece que eso tiene que ver en gran parte con cierta manera de relacionarme en lo íntimo y en un mundo heterosexual siendo no heterosexual. Todo está cruzado, mi vida personal, mi obra. Ni siquiera lo veo como un trabajo, es mi vida en sí.
¿Tu práctica se vincula con movimientos sociales?
Sí. Hay cosas que no me han pasado a mí, sino a gente con la que me relaciono e identifico. Uno se afecta tanto por las agresiones a otros como por los actos de amor positivo.
Desde chica mis prácticas han sido solitarias. Nunca he tenido una relación activa con el movimiento LGBT+. Comparo mi relación con la comunidad con un eclipse: llego, veo y me sorprendo; esas experiencias me han ayudado a entender muchas cosas. Luego regreso a un lugar solitario. Trabajo en un estudio, que es un espacio cerrado, y ahí paso mucho tiempo. Como artista voy de un medio a otro y eso probablemente hace que haya transitado un camino más solitario. Hay cierta familiaridad con amigos que también han sido mi familia, si no de sangre, de corazón. Junto con ellos he podido habitar ciertos espacios y en ese intercambio pasan muchas cosas.
¿Cómo observas el futuro de la diversidad sexual en México?
Espero que todos tengamos la intención de ir a lugares más libres. Internet a veces no ayuda mucho pero, por lo otro lado, ha ayudado a crear vínculos entre gente que no comparte una geografía ni cultural, ni política, ni social. Son lazos invisibles que nos ayudan a llegar a otros espacios. Se crean vínculos que probablemente puedan abrir muchas puertas y cerrar otras. Es un intercambio, más que una ganancia y espero que sea hacia lugares más libres.
Históricamente ya nacimos en una sociedad muchísimo más abierta. La comunidad LGBT+ y la del feminismo son grupos a los que les agradezco mucho. De algún modo tenemos libertad de expresión y podemos amarnos en espacios públicos. Si las cosas siguen con esa fortaleza, que se ha desbordado hacia nuevos espacios, veo posibilidades para las nuevas generaciones. Probablemente en algún momento puedan tener el privilegio de dejar de cuestionarse todo esto en términos de moral o de ética. Quizá por fin se hable de amor en términos de amor.
¿Qué recomiendas a la juventud?
Caminar por la Ciudad de México fomenta una relación muy distinta en términos espaciales, opuesta a la protección de una cápsula móvil. Al caminar nos abrimos a nuevos resquicios arquitectónicos, a nuevos sonidos. Para mí caminar es un momento creativo, de reflexión, de cuestionamiento. Es un espacio importante dentro de mi práctica que recomiendo.
Un texto que para mí fue fundamental en la universidad y que en muchos sentidos cambió mi punto de vista hacia mi no heterosexualidad es una entrevista muy breve que le hicieron a Michel Foucault, poco antes de que muriera, en la revista gay Gai Pied. Se llama “La amistad como modo de vida”. Foucault habla sobre la posibilidad de inventar nuevos espacios, de inventar nuevas relaciones por el simple hecho de no ser heterosexual. Personalmente hubo un antes y un después de este escrito, sentí un orgullo casi revolucionario por ser quien soy.
Pensando en espacios de invención, me encanta Días de otoño. Es una película mexicana de 1962 donde, a partir de una problemática amorosa, el personaje principal se inventa un mundo para poder sobrevivir a eso que le niega una felicidad táctil y se da al mundo de la ilusión. Es de Roberto Gavaldón, con Pina Pellicer, una actriz increíble, naturalista.
Lucrecia Martel, por otro lado, es una cineasta que tiene una película que especialmente recomiendo: La mujer sin cabeza (2008). Trata de cómo, a partir de un accidente, se recrea una realidad sobre otra. El arte tiene mucho de eso, nos recuerda que las partes de un todo se pueden mover a beneficio del otro, recordando que todo es cambio.
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