La zona oscura o la sombra es el lugar donde opera la obra de Martín Soto Climent. Su trabajo, que dispara la imaginación del espectador, tiene una sustancia simbólica inusual en el panorama del arte contemporáneo en México. Una de sus mayores potencias es que alude a imágenes primarias. La sombra de un origen (2018), pieza realizada con medias sobre lino crudo que se puede ver en Proyectos Monclova, por ejemplo, desata una serie de imágenes y sensaciones que reconocemos en nosotros mismos y en otras figuras y representaciones. En la misma muestra se exhiben miniaturas como Destello (2018), un cascarón de huevo con alas de mariposa, y Cueva (2018), impresión digital que muestra la entrada a un agujero en la tierra. “Lo que busco generar con mis sutiles modificaciones es una alteridad que duplique la realidad del objeto”, dice Soto Climent, “que nos permita intuir que el objeto está aquí y en otra parte”. ¿A qué tipo de objeto se refiere el artista?, ¿a qué lugar apunta su declaración? Aquí, una charla con el creador, cuya exposición, titulada Todo comienza en otra parte, se podrá ver hasta el 20 de octubre en la galería de la Ciudad de México.
“La negación de la sexualidad es una perversión en sí misma. Con mi obra trato de estimular la emoción”, dice el creador mexicano
Tu trabajo se caracteriza por la perversión en el sentido de que sacar del orden acostumbrado los objetos. Haces que los veamos con otros ojos. ¿De dónde surge esta forma creativa?
Somos producto de una forma de entender la vida que ya está pervertida. Digo pervertido en el sentido de que se trata de la desnaturalización de las potencias naturales. Desde que somos niños se nos dice “eso está bien”, “eso está mal”, “eres bueno si haces esto”, etc. También hay cosas que nunca nos dicen, pero que aprendemos a relacionar con los conceptos de bien y mal. Vivimos mutilados entre estos dos principios. Conforme se crece esas ideas, que se vuelven bolas de nieve que guardamos en un patio o detrás de un muro, no coinciden con la idea de lo que debemos ser. La sociedad, un cuerpo enfermo que al negar la potencia y el impulso sexual nos fragmenta, ha intentado librarse de este condicionamiento yendo hacia el polo opuesto, hacia la razón. Seguimos en crisis e incompletos, no logramos fusionar nuestras potencias. Al leer textos de cualquier época de la historia Occidental se habla de la naturaleza como si fuera algo externo. No es así. Se cree que el ser humano se creó a imagen y semejanza de dios y que todo lo demás se puso en un jardín para explotarlo. Es una visión enfermiza.
Las obras que presentas en Todo comienza en otra parte tienen un cariz sexual y al mismo tiempo muy primitivo, inocente, como gran parte de tu trabajo previo…
El sentido más profundo de mi obra es justamente la fusión entre lo sexual y emotivo. Eso es lo que realmente nos distingue del resto de los animales. Se dice que el lenguaje, la razón y la técnica nos hace diferentes, pero muchos animales usan técnicas y herramientas. Algunos construyen trampas y tienen estrategias. Se constata cuando mil peces giran a la izquierda en conjunto, se están comunicando de alguna manera. Los pájaros se organizan para viajar de un lado a otro y los lobos se localizan para cazar. La potencia realmente humana es una derivación de nuestra energía sexual. Somos seres con una frecuencia sexual particular. Además tenemos conciencia para animar y observar. El ser humano es capaz de pensar o percibir formas donde no las hay. A partir de esta potencia simbólica brota el arte. Le podríamos llamar como el principio rupestre. La sexualidad humana es muy sofisticada porque no está condicionada por la reproducción, tampoco con un calendario como la mayoría de las especies.
El uso de materiales como medias ya es bastante sugestivo. Algunas piezas de la muestra funcionan como gestos que terminan de redondear la idea de que nos movemos dentro de ciertos límites sofocantes.
La negación de la sexualidad es una perversión en sí misma. Con mi obra trato de estimular la emoción. El arte quizá no emite nada, sólo es una configuración. Toda la información ya está en el espectador. Este sombrero, por ejemplo, puede ser un cántaro para cargar agua para alguien que no conoce el objeto. Cuando presentas una imagen creas una situación formal. Eso depende de los datos de los que disponga la persona que se relacione con ella. Alguien relacionado con el arte contemporáneo va a poder resolver de una manera muy distinta la pieza que una persona que no se vincule con esas manifestaciones. Ambas posturas son convenientes. Creo que el arte, precisamente, pretende romper las diferencias que hay entre los seres humanos en la medida en la que apela a un nivel esencial. Cuando tocas temas esenciales el arte se vuelve más potente, es como irte a la raíz, a lo que todos compartimos. Ese es mi entendimiento de lo original, suscitar una emoción. No es que que no haya un proceso intelectual, pero se llega a éste a través de generar una alteración del ánimo. Trato de evadir el discurso porque sé que cualquier lenguaje tiene limitaciones. Hay muchas cosas que no podemos decir. Hay sensaciones y emociones que no acabamos de describir con el lenguaje y el pensamiento. No podemos abarcarlas. No puedes decir qué sientes cuando te enamoras. No podemos hablar de la muerte. Mientras más apostamos a la existencia como una forma de organización más reducimos nuestro conocimiento y desarrollo esencial.
Cuando veo tu obra me acuerdo de Las tentaciones de San Antonio (1947), la pintura de Diego Rivera donde aparecen rábanos con formas sexuales.
A eso me refiero. Esa es la capacidad de animar que tiene el ser humano. Rivera fue a lo más esencial en esa pieza. Se puede ver en los rábanos una crítica y, por otro lado, el erotismo. La pintura expresa la tensión de la vida misma, que es un estímulo, una potencia sexual. Ese cuadro lo vi por primera vez cuando era muy niño y me impresionó mucho pensar que los rábanos tenían vida. Muchos años después supe el título. Me sigue impactando porque justamente es una forma potente de darle alma a las imágenes.
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