viernes, 1 de febrero de 2019

Bailemos dulcemente

Para LM

Un hombre camina agitando una bandera, de derecha a izquierda. Detrás suyo avanza una banda de música de metales, luego varias personas que, como estandartes, cargan elementos naturales o, rostros de personas. Todo ello dibujado al carbón, animados, o sombras de personas proyectadas y una escala de grises portentosa. A partir de ahí, seguirán apareciendo varios personajes, entre ellos, una bailarina con un rifle de asalto que a la vez interpreta pasoso de danza clásica. Más músicos y personas como parte de una manifestación…

La videoinstalación de William Kentridge, More Sweetly Play the Dance (Interpreta la danza más dulcemente), es brutal, tanto en sus dimensiones como en su manufactura –evidencia las múltiples manos con las que fue diseñado-realizado-producido–, como en la profundidad e intensidad con la que desarrolla sus temas y variaciones. Unos más evidentes que otros: el apartheid y las décadas de opresión en Sudáfrica, el esclavismo en el continenete americano tanto en EUA como en las aniguas colonias españolas, los procesos de liberación y de lucha política tanto en su región pero extensivo al mundo.

Se trata de una proyección de ocho canales, simultáneos, en un carril continuo, como un gran panel, propiamente un políptico en movimiento. La proyección muestra un desfile de distintas personas-cuerpo que representan arquetipos de la historia reciente y no tanto. Esta coreografía en clave de teatro de sombras es una danza de la muerte: esqueletos y siluetas de personas, algunos trabajadores, otros músicos y algunos otros clérigos, que bailan al son de una banda de música. Algunos de estos personajes cargan sus posesiones sobre sus hombros, mientras otros ondean banderas como demostración política, todo ello sin dejar de caminar/bailar.

Unos hablan de esta pieza como un gran mural en movimiento (los ocho paneles suman 45 m lineales). Nos sumerge la proyección multicanal en la sensación de estar al interior de una cueva donde pudieran mirarse sombras producidas por el fuego, fuego jalonado por corrientes de aire, el fuego vivo recién encendido, pero también el fuego débil de la fogata postrera. Montado en la planta alta de la antigua fábrica de textiles que alberga el CaSa, busca generar una sensación de inmersión. El espectador puede caminar, detenerse por momentos, pero también puede quedarse en alguno de los extremos o en la zona central y sólo observar-escuchar. En cada una de las secciones la experiencia cambia notoriamente.

En esta obra la gente protesta en contra la corrupción de regímenes políticos, en contra de la explotación, de la desigualdad económica; personas lo suficientemente desafortunadas como para llenar los periódicos y boletines de noticias, dice Kentridge. Muchos hechos políticos comunes, extraídos de los medios, los transmuta en poderosas alegorías poéticas. Su técnica distintiva consiste en fotografiar sucesivas añadidos o borraduras a sus dibujos al carbón, y luego grabar las escenas y montarlas minuciosamente para generar una experiencia de continuum.

Las reflexiones del sudafricano han ido del colonialismo y el conflicto, la lucha entre el pasado, el presente y la ética. La relación de la obra de Kentridge con la realidad política circundante siempre ha sido explícita: “Estoy interesado en el arte político, es decir, un arte de la ambigüedad, de la contradicción, de gestos incompletos y finales inciertos”, evitando dogmas y la militancia abierta. “Los imperativos del mundo exterior se filtrarán en tu trabajo: el trabajo mostrará quién eres, y si existe un interés político en ti se manifestará en tu trabajo. Pero comenzar con un manifiesto político es una muy mala manera de aproximarse al arte”. [1]

En More Sweetly Play the Dance, por su parte, son claras las referencias a las danzas de la muerte medievales. Me recordó la secuencia final de El séptimo sello, de Bergman, o el desfile de los payasos-músicos de Ocho y medio, de Fellini, que el propio Kentridge menciona en el catálogo de la exposición. Además de pinturas clave como la de los ciegos de Brueghel el viejo, e incluso fotos de diversas protestas en el mundo como una conmemoración en los noventa del Bloody Sunday en Londonderry (Irlanda del Norte), de una marcha por los 43 estudiantes deaparecidos de Ayotzinapa, en Chilpancingo, Guerrero, de 2015, o una foto de 1948 de refugiados palestinos expulsados de sus tierras. También pueden hallarse múltiples referencias a guerras, violencia histórica, hegemonía colonial y ocupación mental, con el extremo común de la segregación social y racial sufrida tanto en África como en buen parte del mundo.

En cuanto a la danza, el eje medular de esta obra, Kentridge nos amplía: “hay algo siempre utópico en la danza: la coordinación de los músculos, los tendones, la intención y el deleite que construye el movimiento rítmico de las personas. Por supuesto, hay una ironía en un baile a la vez a favor y en contra de la muerte. La muerte llevando a sus compañeros a su final, y la idea medieval de que si uno bailaba furiosamente, si había suficiente energía liberada en la realización del baile, uno podría mantener a la muerte a raya”.

Mientras tanto una banda sonora que genera una sensación emotiva como inquietante, creada por el African Immanuel Essemblies Brass Band. Aunque seguramente hay partes que como espectador no sudafricano pierdo, desde emoción por la música y lo que los simbolismos sugieren, aparecen bastantes alegorías identificables: desde la tradición griega occidental pasando por la compleja historia del colonialismo europeo padecido por el continente africano durante el XVIII y XIX, siglos de expolio, esclavismo, atrocidades sin fin, más lo acumulado durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI: genocidios por aquí y acullá, extractivismo, devastación ecológica, miles de muertes por enfermedades y empobrecimiento galopante. África, origen de la especie humana. A pesar de ello bailemos, no dejemos de hacerlo, si no estaremos del todo perdidos, como ya animaba también Pina Bausch

Los dibujos en movimiento o las películas dibujadas a las que nos tenía habituados Wiliam Kentridge, de ese cine paleolítico que el mismo nombró, alcanzan un nuevo estadio con More Sweetly Play the Dance (Interpreta la danza más dulcemente), su ambiciosa video instalación que puede verse en Oaxacan en el Centro de las Artes de San Agustín Etla (CaSa). Antes de llegar a Mexico se presentó por vez primera en el EYE Film Museum en Ámsterdam en 2015, después en la Galería de Arte Marian Goodman de Londres (2016) y el Museo de Arte de Cincinnati (2017).

Esta muestra formá parte de la programación ‘Hacer noche’ que fue una exploración el tema de la muerte por más de 30 artistas sudafricanos y que buscó forjar conexiones interculturales. La video instalación de Kentridge fue el centro culminante de estas colaboraciones. Pudieron verse piezas de artistas visuales como Nicholas Hlobo, Kendell Geers, Jackson Hlungwani, Tracey Rose, Zanele Muholi, David Goldblatt, Athi-Patra Ruga, Jo Ractliffe y Pieter Hugo.

 

[1]   En Catálogo More Sweetly Play the Dance (EYE Filmmuseum-na1010 publishers, Amsterdam, 2014), p. 8.



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