jueves, 3 de agosto de 2017

¿Un arte de la esperanza?

En febrero de 2016 el Arzobispado de México, a través de Proyecto Paradiso –con socios como la Secretaría de Cultura del DF, el Metro, las autoridades del Bosque de Chapultepec, el Fideicomiso del Centro Histórico y el Museo Memoria y Tolerancia–, contrató a Yoko Ono para “hacer una declaración a través de su trabajo plástico en la Ciudad de México para comunicar su sentido de comunidad, esperanza y paz naturalmente presente en su propuesta de arte”, como se explica en la página oficial.

 

Tierra de esperanza, la exposición retrospectiva montada en el Museo Memoria y Tolerancia, se extendió fuera del recinto para promover, en paradas de autobuses y anuncios espectaculares, eslóganes como “Sueña”, “Recuerda” o “Imagina la paz”. ¿Tierra de esperanza? ¿De los que perciben el salario mínimo? ¿De una clase media cada día más calva y con lumbalgia? ¿De los clérigos pederastas? ¿De los corruptos? ¿Qué escondida esperanza podría revelarnos Yoko Ono en esta tierra saqueada y escupida, legislada y regenteada por criminales?

 

Que respondan Friedhelm Mennekes y Edith Pons, cabezas del Proyecto Paradiso, la fachada paraclerical de la Comisión de Cultura del Arzobispado de México: una iniciativa que busca “entablar el diálogo a través de las artes, por el cual revitalizar los valores universales y generar compromiso social por el bien común”. ¿Cuáles son esos valores universales? ¿No es Norberto Rivera, el administrador de la Arquidiócesis de México, uno de los personajes más siniestros de la tragicomedia mexicana? Recordemos: por aquellas fechas el Papa Francisco recorría la Ciudad de México con, supongo, un mensaje también esperanzador.

 

Meses más adelante, en noviembre de 2016, la artista estadounidense Barbara Kruger –famosa por sus apropiaciones de los lenguajes publicitarios para realizar campañas de activismo feminista y anticonsumista– intervino el túnel de transbordo de las líneas 2 y 8 del metro Bellas Artes, también como parte del programa artístico del Proyecto Paradiso. Se pudieron leer frases impresas en vinil como “¿De quién es la esperanza?”, “En la violencia olvidamos quienes somos”, “¿Quién la hace, quién la paga?”, “¿Qué eres? ¿De quién es la justicia?”. El proyecto Empatía tuvo los mismos socios oficiales que Tierra de esperanza. El tapizado de los pasillos se sintió como un intento de infiltrar en la moral de los ciudadanos un nuevo ánimo, necesariamente falso, frente a la crisis estructural que enfrentamos.

 

Recientemente las mismas instituciones produjeron otro proyecto de arte público: “Ser humano/Ser urbano convierte a la CDMX en una auténtica galería abierta, deja al arte fluir por terrenos en los que no acostumbramos encontrarlo y, de esta manera, nos invita a sorprendernos y a voltear a ver nuestra ciudad de otro modo, a valorarla y valorarnos como sus habitantes, pues, como sugiere una de las obras de Nicolás Paris: la ciudad es el museo perfecto. Para lograr tal cometido se montaron en ochocientos espacios publicitarios de toda la ciudad reproducciones de obras de Philip-Lorca diCorcia, Tracey Emin, Keith Haring, Robert Montgomery, Nicolás Paris y el colectivo Public Movement. Ser humano/Ser urbano utiliza el espacio público para la exhibición de intervenciones realizadas por artistas contemporáneos de importante trayectoria, con el objetivo de promover el diálogo, los valores y el compromiso social entre los ciudadanos”.

 

La tercera propuesta del Proyecto Paradiso se compone, de nuevo, de obras de artistas extranjeros. En el contexto de la ciudad, las reproducciones son indistinguibles de los anuncios publicitarios promedio. Cualquier licor incluye una frase “esperanzadora” encima de una fotografía; la inercia de la urbe no permite distinguirlos. El criterio del equipo curatorial del Arzobispado es, como mínimo, dudoso. Sus “buenas intenciones” no se traducen en nada más que eso.



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via IFTTT Fuente: Revista La Tempestad

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