martes, 3 de julio de 2018

A 45 años de ‘Living in the Material World’

Con una voz que parecía alejarse más que acercarse, George Harrison tiró la primera piedra del legendario disco Revolver de su antigua banda a cánticos de Taxman”. El resto fue historia, porque Paul McCartney lo siguió con su propia composición, “Eleanore Rigby” –con fundamentos de música clásica–, y las cuerdas volvieron a ser populares. Luego John Lennon entretejió “Tomorrow Never Knows” y la mayoría de su joven audiencia creyó que entendía El libro tibetano de los muertos. Y es que aquello siempre fue rasgo de los Beatles –junto a los peinados, las botas, la atracción masiva y los gritos en los conciertos–, de alguna forma podían abrevar la vida y traducirla al lenguaje de las cuerdas y los tambores. Se les atribuyó la intelectualización del pop en los años sesenta, el desarrollo de la canción estándar de rock, múltiples descubrimientos e invenciones en el estudio de grabación y la popularización mundial de la música india, entre muchas otras cosas. Pero, por más que se superaron, por más que rompieron estándares y lograron innovar, es claro que la visión penetrante la tenían sólo al frente y afuera, porque ahí con ellos, dentro, había una mina de oro que más trabajaron para cubrir que para hacer salir a la luz.

Esa mina de oro fue George Harrison. Desde la adolescencia, John Lennon y Paul McCartney escribieron y firmaron sus canciones juntos. El mismo proceso soportó la turbulencia del despegue de sus carreras y, ya hacia el final, siguió existiendo, aunque ya no involucrara cooperación sino más bien un compañerismo tácito. Así, fueron ellos –en la etapa temprana Lennon, más adelante McCartney– quienes decidieron hacia dónde iba el grupo, cómo iba y cuánto tiempo iba a estar ahí. Desde muy temprano en el proceso le hicieron saber al resto del grupo que había poco espacio para canciones que no hubieran escrito ellos. Desde 1963 Harrison empezó a mostrar señales de proliferación compositiva, pero el grupo lo relegó a un máximo de dos canciones por álbum. Aceptó resignado, como solía hacerlo, y guardó municiones por años, porque sabía que se acercaba la guerra y sería cada hombre por sí mismo. En 1970 se desintegraron los Beatles y, sonriendo de oreja a oreja, Harrison puso pies en tierra libre, por primera vez desde que había adquirido conciencia artística y espiritual. El camino que recorrió después fue largo y tortuoso, con puntos altos y profundas caídas. Pero todo eso lo sobrevivió, y no murió, por su música. A 45 años de su segundo disco, Living in the Material World, se conmemora el despegue, los altibajos y los días en los que encontró la magia y en los que se le terminó.

 

I

Poco después de audicionar para John Lennon en el upper deck de un camión nocturno en su natal Liverpool, George Harrison se convirtió en el guitarrista principal del grupo, porque ni Lennon ni McCartney podían tocar un solo. Así que siguió a la banda a Hamburgo a tocar en discotecas y bares, a medio ciclón alemán de borracheras, de donde tiempo después lo deportaron por no contar con la edad mínima para trabajar. De modo que el prematuro grupo de los Beatles, aún sin Ringo Starr, volvió a Inglaterra, donde pasaron largas jornadas con escasos prospectos, de tanto en tanto volviendo al Hamburgo que ya conocían tan bien. Eventualmente conocieron a Brian Epstein–que terminaría por ser su representante hasta su muerte, en 1967– y a las pocas semanas ya estaba Lennon, enfermo y sin camisa, riñendo con su propia garganta para gritarle la letra de “Twist and Shout a su micrófono en el único día de grabación que se necesitó para completar su primer disco, Please Please Me, y poco a poco se fueron amontonando los éxitos.

La primera canción de George Harrison fue “Don’t Bother Me, y la escribió en su cama, enfermo, como un experimento para ver si podía componer. La pieza apareció en el segundo álbum del grupo. A ella, en el disco Help!, siguieron “I Need You” y “You Like Me Too Much”. Para entonces Harrison empezaba a dominar la fórmula de rock/pop/skiffle de la que Lennon y McCartney se habían vuelto exponentes mundiales. Después los Beatles llegaron a Estados Unidos y todo explotó. Otra vez.

En Rubber Soul contribuyó con “Think for Yourself e “If I Needed Someone”, pero fue hasta Revolver, empezando por su clásico “Taxman”, que se manifestó como un verdadero virtuoso del rock & roll. “Love You To”, en la que fue el único Beatle en tocar ­–lo acompañó un ensamble de músicos indios que residían en Inglaterra–, fue su primer experimento musical verdadero. Cuando completó el disco visitó la India por primera vez y sintió la necesidad de convertirse al hinduismo, lo que terminó de hacer en los años setenta al vincularse con la Sociedad Internacional de Conciencia de Krishna. La verdadera curiosidad por aquel país (que le duró toda la vida) se apoderó de él a través del sitar, un complejo instrumento de madera y cuerdas que, aunque pueda parecerse a la guitarra, tiene poco en común con ella.

En 1967 contribuyó con la bella y delicada “Within You Without You” al álbum histórico de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, y en Magical Mystery Tour aportó “Blue Jay Way, una de las creaciones más exitosas en el estilo de la psicodelia que su grupo había popularizado. En el 68 encabezó la incursión de Los Beatles a la India, donde permaneció con John Lennon por cuatro meses estudiando meditación trascendental en el pueblo de Rishikesh a orillas del Ganges, bajo la tutela de Maharishi Mahesh Yogi. En The Beatles Harrison incluyó posiblemente su mejor canción hasta aquel punto, “While My Guitar Gently Weeps”, inspirada en el Tao Te Ching. Sus otras canciones fueron “Piggies” (una diatriba contra la burguesía y el status quo del alto mando), “Savoy Truffle (inspirada en su amigo Eric Clapton) y “Long, Long, Long, una de sus canciones más sutiles y elegantes. “Only a Northern Song” e “It’s All Too Much” aparecieron en Yellow Submarine, mientras que sus dos canciones más alabadas, “Something” y “Here Comes The Sun”, formaron parte de Abbey Road. En el último disco de los Beatles, Let It Be, aparecieron “For You Blue” y “I Me Mine”, la última canción que grabó el grupo.

Para 1970 Harrison estaba exhausto del sitio reducido; Lennon había complicado los procesos de producción y desarrollo con el hábito heroinómano que adquirió y con la insistencia de que su pareja Yoko Ono estuviera presente en todo momento. McCartney se había ganado la aversión de todos con su liderazgo autoritario, y terminó por declararle al mundo que había dejado a los Beatles. Tan rápido como había llegado a la fama, el cuarteto liverpuliano desapareció de la escena internacional. Harrison era libre y los Beatles jamás volverían a tocar juntos.

 

II

Ya independiente, Harrison invitó al productor americano Phil Spector a su nueva mansión londinense a escuchar las grabaciones que a través de los años Lennon y McCartney habían considerado demasiado débiles para sus discos. Así empezó su largo recorrido para lanzar All Things Must Pass, el primer disco triple de rock con canciones nuevas. El público se quedó atónito. El beatle sojuzgado, que por tanto tiempo había sido llamado “el miembro silencioso” de la banda, había compuesto al menos quince canciones que lo lanzarían al estrellato como solista. El sencillo “My Sweet Lord” rompió los rankings de ventas y se posicionó cómodamente en el primer lugar por largo rato. La producción de Spector, que empleaba su famosa pared de sonido (técnica en la que el principio es llenar el espacio con la mayor cantidad de hebras musicales posible para obtener un efecto auditivo de pesadez), hizo del sonido del álbum uno mucho más monumental y trascendente de lo que habría sido sin su contribución.

Pero la mayor influencia en el disco, desde un sitio casi oculto, la tuvo la voz y la poesía de Bob Dylan. Después de sus años de fama mundial –que lo vieron evolucionar de artista de protesta a figura rebelde de rock– se estrelló en una motocicleta y decidió recluirse del mismo mundo que lo había hecho vivir tan rápido. Se instaló en su casa al norte de Nueva York con su familia y permaneció inactivo durante mucho tiempo, ausente de la cima de las listas de ventas que ya lo conocían muy bien. Harrison, en 1968, después de las tortuosas y conflictivas sesiones para el álbum blanco, viajó a los Estados Unidos y encontró un dispuesto y solidario coautor en Dylan. Se habían conocido en 1964 y su relación se había intensificado un par de años después. El sonido eléctrico de Dylan estaba fuertemente inspirado por los Beatles; el único disco occidental que Harrison se llevó a la India en 1966 fue Blonde on Blonde, el magnum opus del compositor estadounidense.

Juntos compusieron “I’d Have You Anytime”, la tranquila y elegante canción que abre el disco. La composición final es una petición delicada de Harrison hacia Dylan, en la que le pide entrada a su verdadero ser. Dylan era tímido, solitario; Harrison todo lo contrario. Las estrofas que compuso Dylan constituyen el coro de la canción y le dan su nombre; y aunque no aparece en la grabación, el compositor de “Like a Rolling Stone” se hace presente desde el primer momento. Otra de las canciones que giran en torno a Dylan es “Behind That Locked Door”, que Harrison escribió en 1969 para su amigo. Está inspirada en la aparición de Dylan en el festival Isle of Wight, cuando salió de su antigua reclusión y volvió a probar las aguas efervescentes de la música en vivo. Oda al nerviosismo de su amigo, “Behind that Locked Door” es uno de los puntos cumbre del disco. La grabó poco después de participar en las sesiones de Nashville Skyline, el disco de Dylan del que interpretó “If Not For You”.

“I’d Have You Any Time” es doblemente importante porque, además de ser una de las canciones que Harrison escribió con Dylan, encabeza también el repertorio de las piezas que compuso cuando estaba con los Beatles. Otra de éstas, “My Sweet Lord”, es una de las canciones más populares del disco y tiende a considerarse una representación típica de la mejor música que concibió George Harrison como solista. Con sus cantos alternados de “Hallellujah” y “Hare Krishna”, es también una de las canciones que reflejan la sensibilidad religiosa del artista. No sólo declara sus ímpetus viscerales de acercarse a Dios, sino que pide la unción de las masas bajo el reconocimiento de un poder divino y absoluto. Compuso también “Wah-Wah” , una de sus más melódicas y reconocibles canciones (y un testamento a la intensidad de producción de Phil Spector) en 1969, cuando abandonó momentáneamente a los Beatles tras una pelea con Lennon. “Art of Dying” es una de sus primeras composiciones basadas en la filosofía hinduista y fue rechazada por el grupo para Revolver, “Isn’t it a Pity” y “All Things Must Pass” también parecieron insatisfactorias a Lennon y a McCartney. A la última parte del disco la constituyen improvisaciones que grabó en los estudios Apple.

El álbum producido por Spector es de proporciones monumentales, tanto en el número de canciones como en la intensidad de cada una de ellas. En los tracks que incluyen sus preocupaciones e inquietudes religiosas se percibe un espiritualismo mucho más mesurado y naturalmente asumido que en sus composiciones con los Beatles. Cada sonido en “All Things Must Pass” es poco importante. Lo que importa es su concatenación, el concepto mayor. Es un disco que, a casi cincuenta años de haber sido lanzado, se escucha fresco y contemporáneo. No cabe duda de que, a pesar de haber pasado el resto de su vida tratando de desvincularse de su pasado como beatle, algo de la magia compositiva de Lennon y McCartney se filtró en su primer esfuerzo solista. Aunque escribió la mayoría de las canciones en la soledad del marginado, no se debe descartar la influencia de su antigua banda. Durante el rodaje de Help! en 1965 conoció el sitar, que le abriría la conciencia hacia las religiones orientales que constituirían el mayor enfoque de su vida tiempo después. En el set de A Hard Day’s Night conoció a Pattie Boyd, con quien se casaría después. En la soledad y la distancia que le impusieron no se cansó de probar límites hasta romperlos. Esa primera ruptura fue “All Things Must Pass”.

 

III

Para 1971 Harrison había asumido el estilo de vida prácticamente ascético que parecía motivarle su religión, y se dedicaba –a petición de su antiguo instructor de sitar Ravi Shankar, con quien trabajó desde 1966 hasta el final de su vida– a recaudar fondos para los refugiados de la liberación de Bangladesh. Con este fin organizó el Concert for Bangladesh, en el que participaron sus amigos Eric Clapton, Ringo Starr, Leon Russell y Bob Dylan, entre otros. Su gesto de generosidad más célebre y ampliamente reconocido, UNICEF sigue recibiendo regalías hasta la fecha por el disco, la película y la mercancía que se produjo a raíz del concierto; en total, el evento ha recaudado más de quince millones de dólares desde su celebración. Después del concierto, sin embargo, surgieron problemas con el gobierno estadunidense porque Harrison y sus asociados habían elegido la organización a la que iban a donar las ganancias después –y no antes– del evento.

A estas preocupaciones, al inicio de los años setenta, se unió la que causaba la producción de su siguiente disco como solista, Living in The Material World, que cumple 45 años de haber sido lanzado. El álbum contiene once canciones y sólo dos de ellas son seculares. La otras nueve constituyen introspecciones sobre la fe hinduista. Entre éstas destacan “Give Me Love (Give Me Peace On Earth)”, con cánticos de “Om” que revelan sus ansiedades de trascender el ciclo kármico (“Keep Me Free from Birth”), “The Light That Has Lighted the World”, un track muy parecido al “Working Class Hero” de John Lennon en Plastic Ono Band (su álbum debut como solista), “Living in the Material World”, una muestra de su creencia en la vida como proceso e ilusión y “Try Some, Buy Some”. Entre las menos aclamadas están la melódica y alegre “Don’t Let Me Wait Too Long”, “The Day The World Gets Round”, “That is All”, “Be Here Now” y “The Lord Loves The One”. Probablemente la más celebrada de sus composiciones para el disco sea “Sue Me, Sue You Blues”, inspirada en las disputas legales que habían seguido a la separación de los Beatles.

Aunque Living in the Material World no representó una catarsis estética como All Things Must Pass, se trata de un disco importante en la carrera del compositor, pues en verdad es el último gran ejemplo de su genio y de su sensibilidad antes de la tanda de seis discos que le sucedieron, que la prensa, la crítica y las audiencias rechazaron. Por última vez se escucha a un Harrison joven, vital, alegre por momentos y desconsolado en otros. Tocó todas las partituras de guitarra que se escuchan en el disco, lo produjo de una manera más sencilla que las ambiciosas orquestas de Spector y escribió todas y cada una de las canciones en un momento en el que vivía con certezas espirituales absolutas. De ahí sus plegarias por la paz, el amor y el entendimiento universal. De ahí sus deseos vehementes de que el resto del mundo tenga la realización que él tuvo. Living in the Material World es el último gran disco de su carrera temprana, y la explicación podría ser multifactorial. Una hipótesis es que intentó hacer demasiado. Otra, que se le acabó la inexplicable magia beatle. Asimismo Harrison sabía mejor que muchos que, como todo sobre la faz de la Tierra, su etapa de éxito algún día iba a pasar.

 

IV

Después del éxito de Living In The Material World, Harrison decidió acabar de comerse al mundo. Pero se apresuró demasiado, se excedió y el mundo se lo comió a él. En 1974 viajó a la India después de seis años de ausencia y ayudó a Shankar a pergeñar un concierto de música tradicional. Turbado por el inicio del desplome de su matrimonio con Pattie Boyd –que más tarde lo dejaría por Clapton– y su creciente consumo de cocaína, le propuso a Shankar que lo acompañara en una gira por los Estados Unidos, la primera que habría de emprender un beatle desde la gran separación. Por aquellos días empezaba también a establecer su propia disquera, Dark Horse, y a su retorno a Londres comenzó a grabar un disco con el mismo nombre.

Cuando llegó a los Ángeles en 1974 ya tenía completada una parte del disco, que continuó desarrollando mientras practicaba con la banda que lo iba a acompañar en la gira. Buscó y produjo en aquel tiempo artistas para que firmaran con su disquera y empezó a grabar el sencillo homónimo de su álbum. Ante tanta intranquilidad, Harrison perdió la voz antes de que comenzara la gira. A aquello le siguieron fuertes críticas de los medios. Las audiencias que encontró en los Estados Unidos se enfurecieron por la presencia parsimoniosa de Shankar y su grupo de acompañantes, que tocaron la música tradicional de su país mientras el público esperaba escuchar al músico que, una década atrás junto a sus compañeros, había encabezado la “invasión británica” en Norteamérica. Aún más frustrante fue su falta de disposición para tocar los clásicos de su desaparecida banda. Aunque interpretó “Something” e “In My Life” frecuentemente, modificaba las letras de manera cínica. Impulsado por la aversión y la incomodidad que lo persiguieron por el resto de su vida de ser solamente “Beatle George”, se mostró dispuesto a hacer lo que fuera por eludir el recuerdo. No contribuyó a su causa una voz destruida, que apenas se podía escuchar, y que se veía obligado a superar con gritos para comunicarse con su audiencia.

Lenta y decididamente los encabezados de los periódicos fueron más y más adversos, y los lugares en donde tocó se vaciaban antes de que llegara. Cuando ya había madurado la gira lanzó el álbum que la crítica caracterizó como poco inspirado y aburrido. Más de una canción parecía arruinada por la ruptura de su voz. Harrison se volvió el receptor de todos los golpes y arañazos de una prensa, que había esperado años a que resbalara. Pero Dark Horse, si bien no pertenece a la misma categoría que All Things Must Pass y Living in the Material World, tampoco fue lo que los críticos pintaron como un fracaso monumental. “Simply Shady”, “Dark Horse” y “So Sad” pertenecen al canon del artista. Lo mismo ocurre con “Hari’s on Tour (Express)”, la pieza instrumental con la que abrió todos los conciertos de la gira. Es cierto que “Ding Dong, Ding Dong”, “Far East Man”, “It is He (Jai Sri Krsna)” y “Maya Love” no son memorables, pero tampoco resultan abominables.

Dark Horse, un documento importante de la vida y sensibilidad de uno de los músicos más célebres del siglo XX, no logró ocupar un sitio siquiera entre los 20 álbumes más vendidos del Reino Unido. Su propio país se había olvidado de él. La crítica y sus fanáticos se cansaron de esperar otro All Things Must Pass y se resignaron poco después. Harrison, gravemente herido por el rechazo del público, no encontró solución a su caída e hizo lo que se consideró música de pobre calidad por casi veinte años. Extra Texture (Read All About it) (1975), Thirty Three & 1/3 (1976), George Harrison (1979), Somewhere in England (1981) y Gone Troppo (1982) pasaron casi inadvertidos y alejaron a sus audiencias más que acercarlas de nuevo. No fue sino hasta 1987 que se volvió a ganar al público con Cloud Nine, su último disco en vida y una vuelta al estilo temprano de su carrera. Murió en 2001 de un cáncer que comenzó en la garganta e hizo metástasis hacia sus pulmones y cerebro. En 2002 su hijo Dhani, junto con Jeff Lynne, ejecutaron lo que Harrison les había encomendado en notas y descripciones detalladas, y lanzaron Brainwashed, el disco póstumo del músico que recibió reconocimiento internacional como uno de los mejores de su carrera.

El caso de Harrison en sus primeros años como solista es curioso. Quiso ser un asceta y vivía en una mansión gótica. Luchó por distanciarse de los Beatles pero creó la mejor parte de su obra cuando estaba con ellos, y el resto la creó tomándolos como inspiración. Quiso abstraerse del mundo terrenal pero siempre deseó triunfar en él. Vivió largo rato en la incertidumbre artística, haciendo música insegura que le trajo poco éxito, pero también produjo música grandiosa, magnánima. Formó parte de la banda más influyente de todos los tiempos y tendió un puente entre dos culturas que ya se habían resignado a no entenderse. Al final, con sus últimos dos discos, creyó haber vuelto a encontrar la magia beatle que tanto lo había bendecido. O tal vez se dio cuenta de que ésta era tan suya como lo había sido de Lennon y McCartney. En todo caso, dejó un legado magnífico, y hoy en día aún hay quienes escuchan sus alaridos –mitad melancólicos y mitad rabiosos– en “Taxman” aunque él ya se encuentre muy lejos de este mundo material.



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