lunes, 2 de julio de 2018

Harlan Ellison (1934-2018)

Entre comicios y partidos de fútbol, la muerte de Harlan Ellison, ocurrida el miércoles de la semana pasada, pasó más o menos inadvertida. Vale la pena volver a recordar al autor, quien se desempeñó como crítico cultural, autor de guiones para televisión y cine, pero también para medios como el cómic. Será recordado, sin embargo, principalmente por su trabajo como escritor de relatos y novela breves –sobre todo en el género de la ciencia ficción, claro, pero también con incursiones a otros ámbitos, como probó su novela sobre la escena rockabilly, Spider Kiss (1961).

Su personalidad belicosa y disruptiva pero también su prolífico trabajo (publicó más de mil 700 relatos en vida) lo convirtieron en una referencia ineludible para la ciencia ficción (no sólo fue galardonado con múltiples premios como Nebula, Hugo y Edgar, sino que desde 2011 fue añadido al Salón de la fama de la ciencia ficción y fantasía, entre otros muchos reconocimientos). A pesar de su trabajo creativo, tal vez será mejor recordado como un agente cultural, una de las fuerzas estratégicas detrás de la Nueva Ola de la ciencia ficción, que llevó a nuevos autores, en los sesenta y setenta, a un público más amplio, y cuyo impacto aún es palpable en la cultura popular. En este sentido, su obra como antologador fue clave: con Visiones peligrosas (1967) dio muestras de una ciencia ficción más creativa, incluyendo a autores que hoy conforman una especie de canon (entre ellos Isaac Asimov, sí, pero también Philip K. Dick, Robert Block, Brian W. Aldiss, Theodore Sturgeon, Sonya Dorman o J.G. Ballard, entre otros). Es decir, menos preocupada por ser predictiva o científicamente precisa, sino imaginativa (y por tanto, con aportaciones formales o estilísticas novedosas). El título contó con una secuela menos exitosa (De nuevo, visiones peligrosas, 1972) y durante años se habló de un inédito y ahora mítico volumen que conformaría una tercera entrega. El lector mexicano se habrá topado seguramente con la edición publicada por Orbis, en tres tomos azules impresos en Argentina, con traducciones a veces dudosas de Domingo Santos y Francisco Blanco. Como mucho de la obra de Ellison, se trata de un área de oportunidad editorial…

Su fuerza imaginativa logró desbordarse más allá de la literatura: famosamente, en los sesenta, escribió el guion para uno de los episodios más logrados de Viaje a las estrellas, “La ciudad al fin de la eternidad”, pero también de seriales como Rumbo a lo desconocido, para el que colaboró con episodios como “Demon with a Glass Hand” y “Soldier”, que habría de volverse famoso por implicarlo en una sonada fricción con James Cameron, quien al final reconoció la deuda creativa a propósito de Terminator (1984).

La sensibilidad de estos episodios dan cuenta de los intereses de Ellison como de los autores asociados con esta “nueva ola”: tendían a imaginar relatos en los que pudieran filtrarse preocupaciones sociales, así como otras inquietudes ideológicas, que encontraron en la ciencia ficción un terreno fértil para desenvolverse. “‘¡Arrepiéntete, Arlequín!’, dijo el señor Tic-Tac” (1965), uno de sus relatos más populares y reproducido en múltiples antologías, da una buena idea del tipo de escritor que fue Ellison: aunque en su centro se encuentra una idea radical (que la exigencia de puntualidad puede enmascarar una tiranía del tiempo y el rendimiento), el tópico es abordado lúdicamente, casi a través de un dinamismo caricaturesco. Desde el entretenimiento fue como Ellison buscó incitar al gran público.



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