lunes, 12 de marzo de 2018

Prosas desde la locura

Me parece que ya podemos reconocer, como lo hacemos con los elementos kafkianos, los personajes, las atmósferas y los giros walserianos, ¿no es cierto? Mujeres fantasmagóricas o altivas, inalcanzables; y su reverso, mujercitas vulgares; pero sobre todo esos inquietantes personajes (a menudo los narradores de sus relatos) que parecen sentirse inquietos tanto en la ciudad y otros entornos disciplinarios (las oficinas, las escuelas, incluso los castillos), como en el campo (o en las tabernas y las pequeñas aldeas). Estos personajes, como señaló Walter Benjamin, provienen de la locura.

La inquietud de los “héroes” walserianos hace que se encuentren en constante movimiento: emprenden excursiones tonificantes (los paseos comarcales son típicos en esta obra), como si estuvieran en necesidad sostenida de lavarse el coco. Estos traslados hacen que sea walseriana también la aparición, por tanto, de habitaciones en renta, pequeñas buhardillas que son ocupadas sólo durante algunos días, así como los extraños benefactores de esos poetas o escritores o vagabundos en continua migración. Sobre los giros y la forma no tengo la convicción plena para hablar de un “estilo walseriano” (famosamente, nunca corregía sus textos), especialmente porque ante el desciframiento de sus microgramas parece que la prosa que avanza sin dificultad, sólo porque sí, fue su marca personal, grafómana; pero en sus relatos destacan también las irónicas cascadas adjetivantes, así como la habilidad para emular el estilo supuestamente neutro de los comunicados oficiales de distintos tipos.

Vuelvo a Robert Walser (1878-1956) aprovechando que su colección de relatos Vida de poeta (Poetenleben) cumple un siglo de haberse publicado. Además de haber aparecido durante una de sus épocas más prolíficas (cuando también escribió El paseo, La rosa y la compilación de prosas Sueños, entre otros), se trata de un buen botón de muestra de su trabajo (se incluyen veinticinco relatos): varias de las historias incluidas arrojan alusiones a otros textos que permiten pensar en la de Walser como una obra redonda, como ocurre con “De la vida de Tobold”. El cuento habla sobre el periodo que pasó el tal Tobold trabajando como mayordomo en un castillo, como lo hizo el mismo Walser a finales de 1905 en lo que fue la Alta Silesia (hoy Polonia), y como también se refleja en una de sus novelas breves más conocidas, Jakob von Gunten (1909). Pero Vida de poeta destaca por otra razón, por lo que hace al libro singular en la obra del escritor suizo, sin dejar de ello incrustarse firmemente en la constelación de sus obsesiones. Los momentos más interesantes del libro son en los que parece darle atención a lo infraordinario, como se lee en la dupla “Discurso a una estufa” y “Discurso a un botón”. Estos dos cuentos funcionan como espejos, obviamente; tanto la estufa como el botón en cuestión son tratados más o menos antropomórficamente, sólo que mientras la estufa brilla por su indiferencia altanera (como lo hacen tantas mujeres en los textos de Walser…), el botón es celebrado por su heroica discreción (como los protagonistas de muchos de sus relatos).

La atención desmedida que se le da a la estufa y al botón no puede explicarse sin “La pieza rara”, el relato que les precede, y que cuenta cómo un escritor cede su tiempo (con suma concentración y esfuerzo) a un paraguas que cuelga de un viejo clavo: “Conozco a un escritor que, tras varias semanas de esforzarse inútilmente por dar con algún tema apropiado, tuvo al final la divertida idea de organizar un viaje de exploración debajo de su cama”, inicia el relato. ¿El resultado de la “temeraria y peligrosa empresa”? “…igual a cero”. Mientras el escritor se devana el seso buscando un nuevo tema ve de pronto “ante sus narices, un espectáculo tan insólito e interesante como nunca hubiera osado esperar que vería en su vida”. ¿A saber? “En la pared gris, negra y cubierta de moho, había un viejo clavo herrumbroso del que colgaba un paraguas”. El relato termina con una imagen: el escritor se encuentra a solas, en su habitación fría (no tiene suficiente dinero para calentarla), y tras ver el texto que le ha dedicado al paraguas que cuelga del viejo clavo, suspira.

También “La pieza rara” espejea con otros dos relatos de Vida de poeta, dedicados a las ridículas vanidades de los escritores profesionales y que Walser, colaborador de distintos periódicos y revistas literarias, conocía tan bien. Se tratan de “La nueva novela” y “El talento”. Con un tono menos satírico y más bien enigmático, Walser vuelve al tema del escritor en los últimos dos cuentos del volumen, “El obrero” (tal vez uno de sus relatos más políticos, donde se hace mención a la guerra y a la manera en que las ideas desaparecen al servicio de la patria) y “Vida de poeta”. Lo inquietante en estos relatos es la manera en que Walser trata a los escritores (y a las pasiones tristes de otros creadores, como se lee en “Los artistas”); como si se trataran de goznes de la sociedad, con la distancia archicitada del entomólogo.

Tal vez sea esa la razón por la que Walser le dedicó también un texto a La bella durmiente, por el hechizo que arroja la imagen de un reino que permanece estático (como ocurre con aquello a lo que le prestamos atención, pero también como los artistas que pretenden vivir en torres de marfil): “Un sopor profundo y centenario no es, sin duda, una nimiedad. ¡Veamos la cosa un poco más de cerca!”. La descripción que hace Walser en este texto, donde todo un reino se reactiva al quebrarse el hechizo, también recuerda la oscilación de sus personajes, que ven necesario ir de la vida ajetreada a la tranquila vida campirana, y viceversa. El escritor que prefiere refugiarse en castillos o salones literarios, aislado del mundo y la intemperie, donde, de espaldas a las costumbres altivas y elegantes, se usan, en cambio, palabrotas, ¿se comporta así por ser demasiado lúcido? El loco, en cambio, sabe darle uso a la “glosa venal”, como lo puso Benjamin: “no como el periodista que quiere ennoblecerla “elevándola” hacia sí, sino aprovechando su despreciable y modesta actitud para extraer lo que ella tiene en sí de vivificante, lo que posee de purificador”.

La traducción de Juan José del Solar de Vida de poeta se publicó en 2010 (como muchas otras obras de Walser, a través de Siruela).



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