La traducción literaria es una tarea tan ardua como fantasmagórica: está allí, en el entorno literario, con su fulgor propio, pero al mismo tiempo nadie parece reparar en ella con la seriedad que merece. En su libro más reciente, la colección de ensayos La utilidad del deseo, Juan Villoro subraya la singular humildad del traductor, un trabajo que implica un repliegue constante y la pasión por ceder la palabra. También rememora a algunos traductores mexicanos destacados (como Sergio Pitol, quien ha vertido a nuestra lengua obras de Gombrowicz, Chéjov o Henry James, entre otros). El mismo Villoro es más reconocido por sus crónicas y su narrativa, a pesar de su larga carrera como traductor. En su ensayo “Te doy mi palabra” recuerda que tras descubrir que un proyecto en el que había estado trabajando, la traducción de El retorno de Casanova, fue publicado antes por Guillermo Fernández (aunque desde el italiano), se abocó a traducir una colección de relatos, también de Arthur Schnitzler: “Cuando la antología se publicó con el nombre de Engaños, en el Fondo de Cultura Económica, había hecho un doble aprendizaje. Conocía los estimulantes desafíos de la traducción y lo difícil que es vivir de eso. Cuesta trabajo pensar en otra ocupación en la que haya más disparidad entre los méritos que se requieren para ejercerla y la remuneración que se recibe”.
La lección del joven Villoro (Engaños se publicó en 1985) sigue teniendo eco en el trabajo de traductores como Robin Myers, quien se ha decantado principalmente por la traducción de poesía hispanoamericana al inglés: “En muchos casos sigue siendo la responsabilidad del traductor hacer las veces de ‘scout’ literario, de agente, de publicista. Sobre todo cuando se trata de autores aún no tan conocidos fuera de México, es el traductor quien busca abogar por algún autor con cuyo trabajo se sienta personalmente comprometido, y desde un punto muchísimo anterior a la decisión editorial de publicar la obra o no”. ¿Pero es la multiplicidad de tareas intrínsecas a la labor del traductor profesional? Myers, quien también es poeta (su poemario Amalgama / Conflations se publicó en 2016), precisa: “Empecé mi carrera como traductora estando ya de planta en México: es decir, comencé mi vida profesional trabajando dentro del panorama mexicano, con poca experiencia en el mundo editorial angloparlante, tratando más bien de forjar esos lazos desde México y no al revés –lo cual ha sido lindo a nivel vivencial y a veces complejo a nivel logístico–”.
¿Qué tipo de autores mexicanos están siendo traducidos? Son conocidas las cifras, más bien alarmantes, del porcentaje de traducciones que se hacen en los EEUU de otras lenguas (hasta hace poco se hablaba de menos del 3%; estrictamente hablando, en libros literarios la cifra es más cercana al 0.7%). No es ningún secreto: el mercado, antes que la pasión de un traductor, a menudo impone su criterio a los catálogos editoriales. De nuevo Myers: “A grandes rasgos los autores mexicanos que están siendo traducidos, tanto narradores como poetas, son en su mayoría los que han conseguido algo de reconocimiento crítico o comercial en México. Los editores optan por los autores que ya tienen bastante obra publicada, con cierto poder de convocatoria en el mundo literario mexicano. Al mismo tiempo, veo que la variedad de novelas que se están traduciendo es más amplia que la de otros géneros –mucho más que en cuento y ensayo, por ejemplo–, y se está expandiendo cada vez más”.
A pesar del esfuerzo que algunas editoriales independientes están haciendo para llevar nuevas voces a otras lenguas, Myers sospecha que algunos vicios de la industria editorial mexicana se replican en otras latitudes: “Me da la impresión que la selección de novelas que están siendo traducidas siguen estando sujetas a los mismos factores limitantes que llegan a afectar la visibilidad de un autor dentro de México, como es la híper centralización del mismo mundo editorial (en la Ciudad de México), o la ‘traducibilidad’ cultural de relatos sobre la vida capitalina, clasemediera”.
En contraste, ¿qué experiencia han tenido autores mexicanos con traductores a otras lenguas? Antonio Ortuño, cuyos relatos y novelas han sido traducidos a lenguas como el inglés, el alemán, el francés, el rumano y el italiano, comparte: “Grosso modo, el nivel de cuidado y minuciosidad de los traductores con los que he trabajado es notable. Correos con listados de decenas de dudas, por ejemplo. Son intercambios que van, a veces, más allá de la traducción, a las tripas mismas del texto. Al fraseo, a la música de ciertas palabras. Entre los traductores no he visto nunca una preferencia por los textos más sencillos de traducir, sino quizá lo contrario: prefieren los arduos, los que les exigen pensar más. Otro cantar son los editores, que suelen preferir textos que sean más vendibles en sus mercados editoriales. Y esto no tiene que ver solamente con el lenguaje sino con las temáticas. Muchos editores europeos, especialmente en los sellos grandes, tienden a preferir cierto ‘exotismo’ latinoamericano. Piensan que para textos intimistas, textos del ‘yo’, o cierta experimentación formal, están ellos. O que tienen cientos de autores que trabajan esos registros en sus propios países. Creo que entre los editores independientes hay mayor apertura”.
El verano pasado, en este mismo espacio, mencionamos un par de editoriales mexicanas independientes que han definido su catálogo a partir del ejercicio de la traducción, Canta Mares y Argonáutica. Efrén Ordóñez, miembro del equipo de Argonáutica, nos compartió un panorama sobre la traducción que se hace en México de cara al ejercicio editorial independiente, abocado a realizar apuestas por nuevas voces: “Hasta ahora he tenido la suerte de trabajar con traductores de primera línea, como Myers, Lucía Duero, Tanya Huntington y Alejandro Merlín. Por supuesto, son parte del ecosistema literario, no sólo porque gracias a ellos es que conocemos a infinidad de autores, sino porque es común que sean ellos quienes proponen proyectos a las editoriales”. Con todo, es claro que la traducción literaria dista de obtener centralidad en nuestro país, ¿tal vez porque la mayor parte de las traducciones que obtienen visibilidad a través de editoriales trasnacionales se hacen en España? ¿O porque la profesión –o disciplina artística– de la traducción no es un gremio tan fácil de reconocer?
En distintas ocasiones la traducción literaria en México se intentó celebrar con premios (como el Alfonso X, que estuvo vigente de 1982 a 1991; o el fugaz Tomás Segovia, que parece haber desaparecido después de su primera edición, cuando se le entregó a la eslavista Selma Ancira en 2012). En principio, este mes la Coordinación Nacional de Literatura del INBA lanzará un nuevo premio a la Traducción Literaria, según se anunció por distintos medios a finales de febrero. Como sea, los premios estatales no deberían ser el único medio por el que la labor de los traductores –que a menudo fungen con la pasión de un editor que ve más allá de los números negros o rojos– obtenga reconocimiento. En este sentido debe llamarse la atención a la Asociación Mexicana de Traductores Literarios (AMETLI), de carácter civil, que desde 2016 busca agrupar, representar y defender el trabajo de este gremio.
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