miércoles, 28 de marzo de 2018

Rupturas constantes

Todo film conlleva siempre otro film secreto, y para descubrirlo,

basta desarrollar el don de la doble visión que … consiste en ver en una cinta

no ya la secuencia narrativa que se da a ver efectivamente, sino el potencial simbólico

y narrativo de las imágenes y de los sonidos aislados del contexto.

Raúl Ruiz

Maestro del cine que se piensa a sí mismo, Raúl Ruiz fue un director cuyas películas producen fascinación e incomodidad, extrañeza. A lo largo de más de cuarenta años de trayectoria advertimos una constante en su cine: no ceñirse a esquemas narrativos y visuales convencionales. Siempre quiso que las historias se llenaran de trampas y claves oblicuas y, también, que la emoción estuviera acompañada de juegos intelectuales. Un ejemplo: Tres tristes tigres (1968), una de sus primeras películas, que fue bien recibida por la crítica internacional de su tiempo. Ruiz, que realizó más de cien películas entre cortos, largometrajes y series de televisión, también escribió teatro y narrativa, además de su Poética del cine, un documento imprescindible que reúne textos que constatan su interés por la experimentación.

A principios de los años noventa el chileno filmó La telenovela errante, luego del fin de la dictadura de Pinochet. Ruiz, sin embargo, abandonó el proyecto antes de concluirlo. Veintisiete años después la película, que abrió la más reciente edición de FICUNAM, fue finalizada. Valeria Sarmiento, editora de gran parte de la filmografía de Ruiz, se encargó del montaje. Se trata de una película libérrima, crítica y jocosa que diserta humorísticamente sobre la televisión en América Latina y que, por otro lado, desmonta los discursos banales de la pantalla chica que se caracteriza por perpetuar estereotipos. El crítico Roger Koza señala, a su vez, que el filme se finca en la idiosincrasia chilena y el peculiar modo de habitar el lenguaje de un pueblo.

Dividida en siete segmentos, La telenovela errante es una suma de sketches realizados por actores de televisión que a través de la parodia corrosiva y poco condescendiente representan situaciones que ridiculizan las características del melodrama televisivo. Aparece así, durante la primera parte del filme, una pareja de amantes que mantienen un diálogo peculiar, a veces hilarante. Ella rechaza los embates del hermano de su esposo con un nos están viendo (los espectadores, claro) y le pide que sólo la desnude con la mirada. Aquí, Ruiz reflexiona sobre los límites de la representación y lo representado. En algún momento el hombre, un socialista convencido, dirá que su formación política no apoya que el divorcio sea legal en Chile porque estarían atentando contra los principios más profundos de varios militantes socialistas, católicos, entre ellos su hermano. En otro episodio un grupo de actrices, al parecer en una isla, se rebelan contra el sistema hegemónico patriarcal y se divorcian de forma grupal. El segmento que presenta la historia de Homero y Hermes, los con H, propone una comedia de enredos que desemboca en una reunión en un bar donde una televisión proyecta una telenovela que conduce a un juego de espejos interminable.

El montaje del filme deja ver las fisuras, lo inacabado, lo imperfecto. Parte inherente del oficio cinematográfico del Ruiz, uno de los creadores fílmicos más relevantes de la segunda mitad del siglo XX, fue su interés por la experimentación e improvisación. Esto dio como resultado una constante ruptura en las convenciones narrativas del cine.    



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