martes, 17 de diciembre de 2019

Cineasta emergente: Carlos Lenin

El Presente de las Artes en México aspira a producir una instantánea que permita rastrear algunos rasgos salientes del arte de los últimos tiempos; nuestra selección consta de 12 artistas que están cambiando las formas expresivas y reorientando la discusión.

El debut de Carlos Lenin es notable. La Paloma y el Lobo (2019) surge en un momento del cine mexicano en el que las problemáticas sociales son el eje de muchas historias, incluyendo ésta; sin embargo, un viento fresco recorre el filme de Lenin, un ejercicio formalista amparado en la creación de imágenes poderosas.

“Quiero hacer un cine honesto, que no se limite a contar una historia, películas que realmente existan dentro de las posibilidades del lenguaje cinematográfico: jugar con la puesta en escena, con la puesta en tiempo, con la puesta en cámara, permitir que la forma exprese la potencia del fondo. Quiero hacer películas que respiren y que sean imperfectas”.

En 2013 Lenin (Linares, Nuevo León, 1983) se graduó del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM, especializándose en dirección y cinematografía. En 2015 estrenó ’24o 51’ Latitud Norte, cortometraje nominado al Premio Ariel. En La Paloma y el Lobo cuenta a ritmo de vals el desenlace de una historia de amor que transcurre en la actualidad en el norte de México. La violencia del contexto, es decir el narcotráfico, está fuera de campo, aunque su sombra se proyecta en las imágenes. Una secuencia lo constata: el protagonista y sus compañeros en una planta industrial ven en la oscuridad el video de una tortura en un teléfono; la pantalla alumbra sus rostros impasibles ante el terror, vedado al espectador.

“Quería que los espacios fuesen también identidades: los corredores industriales representan una promesa de ciudad que nunca fue», dice Lenin.

“Nos interesaba que la violencia fuese un suspiro, una especie de personaje que está amenazando con aparecer a cuadro y transformar nuestros planos. La ausencia de imágenes explícitas permite que el espectador se aproxime a la experiencia de los personajes y que termine llenando los huecos de esa violencia que está ahí, palpitando, con su propia experiencia, miedos y limitaciones”.

El filme funciona en varios niveles. Uno de ellos es la habilidad de su creador para hacer hablar a las imágenes a través de la reflexión del lenguaje fílmico. Durante la primera parte, en el que se muestra la vida de la pareja, el director evita el plano/contraplano, la unión amorosa no requiere de la fragmentación propia de este recurso. Una vez que se canta su separación, entonces sí, la ruptura es sentida en el montaje. El juego consiste en ver la cara de ella cuando él habla y viceversa, mostrando la desunión.

La Paloma y el Lobo, que se vio por primera vez en el Festival de Cine de Locarno, donde ganó el Premio Swatch Art Peace Hotel, no desatiende su contexto y acierta en retomar las narrativas que se generan a través de los smartphones. En los puntos de mayor desesperación, el protagonista, atormentado por el desamor y un incidente ocurrido en su trabajo, escucha la voz del torturador del siniestro video. El montaje alude a la manera en la que se insertan este tipo de contenidos y cómo sobrevienen en momentos impensados.

Proyectado en el Festival Internacional de Cine de Morelia y el Festival de Cine Tulum, el filme de Carlos Lenin es parte de la renovación del cine mexicano. La Paloma y el Lobo apunta a la descentralización de las historias para comentar el tema de la identidad.

“Quería que los espacios fuesen también identidades: los corredores industriales representan una promesa de ciudad que nunca fue. Caminar por ahí –esperar tu camión en la avenida Ruiz Cortines frente a estas fábricas cuasi abandonadas, muertas–, te obliga a dialogar con tu espacio vital y con la identidad que pareciera que uno como regiomontano, en mi caso como neoleonés, debías asumir. Y esa promesa de una ciudad que no existe, que fracasó, quizá sea la misma promesa de amor que mantiene juntos a Lobo y Paloma”.




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