A cuatro décadas de la primera Marcha del Orgullo LGBT +, presentamos esta reunión de testimonios, realizada en colaboración con Anal Magazine. Esta serie, que inició en La Tempestad 135 (junio de 2018), ofrece un mosaico que aspira a expresar la diversidad sexual-creativa mexicana. El conjunto de textos, que consta de cuarenta voces, agrupa no sólo a artistas y diseñadores, sino también gestores culturales, curadores, editores y personas del mundo de las ideas. La serie continúa con Roberto Fiesco, productor y director de cine.
¿Cómo empezó tu proceso creativo?
Tuve la fortuna de contar con unos padres que sin poseer una educación formal, tenían una enorme sensibilidad. Mi padre nos llevaba a ver tanto obras como Salomé a Bellas Artes, que fue un montaje operístico histórico en México, como películas musicales, por ejemplo La novicia rebelde. Vivía entre la cultura popular y lo tremendamente exquisito, así me empecé a formar una idea del arte en general.
Mi padre, además, era un gran coleccionista de revistas Playboy. Siempre decía que ahí estaban los mejores ilustradores del mundo. Todos en casa dibujábamos, copiando imágenes directamente de las páginas. Las ideas del teatro, en especial del musical, fueron determinantes. Me hicieron entender la concepción de un montaje. Jugaba con mis hermanos a montar obras y hacer escenografías. A los once años llegó otro momento definitivo: empecé a ver cine mexicano, cuyas historias eran un espejo, un espejo deformado, pero un espejo. El cine nos vinculó a mi padre y a mí.
En la preparatoria, cuando el director nos preguntó a qué nos queríamos dedicar, yo dije que quería estudiar cine. Me vieron como si estuviera loco. Eran los años ochenta y la producción fílmica era muy complicada. Luego de cursar el primer año en la Escuela Nacional de Arte Teatral del INBA, entré al CUEC. Fue una revelación. Tener una cámara de video, de 16mm, no era algo habitual. Tuve una formación muy rigurosa, con maestros muy importantes. Conocí a personas afines, que querían hacer lo mismo que yo. Me refiero particularmente a Julián Hernández. A principios de los noventa no cabía una identidad sexual distinta en las pantallas. A partir de ahí empezamos a trabajar haciendo cortometrajes, hasta que años después hicimos nuestra primera película.
¿Tu preferencia sexual tiene relación con tu creatividad?
Es una pregunta complicada. Una de mis lecturas preferidas es una serie de libros que se llama Cónsules de Sodoma, donde se plantea si existe una sensibilidad gay. Depende de tu marco referencial, responde el libro. En mi caso lo que ha ocurrido es que hay varios temas de diversidad sexual que me han interesado. Quizá si no tuviera la preferencia que tengo no me hubieran interesado dichas temáticas, pero no es una condición excluyente.
Cuando Julián y yo hacíamos Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor el director de Imcine en 2003 dijo “el Estado no tiene porqué apoyar películas de maricones”. Desde ese día me dije ¡no vas a apoyar una película de maricones, vas a apoyar muchas! Así pasó. Y no sólo fuimos nosotros. Se sumó más gente. Hoy ya no es un tema. Ha habido un proceso de normalización del que me siento orgulloso, porque hemos participado de él. Hemos abierto puertas para que muchos chavos inscriban proyectos a Imcine y no les den negativas. Todavía hay un montón de cosas que hacer, el panorama ha cambiado bastante en los últimos quince años. Los jóvenes ya pueden verse en pantalla.
¿Tu práctica se vincula con movimientos sociales?
De alguna forma. Cuando comenzamos éramos una población marginalizada que debía permanecer ahí, en un cajón. Me acuerdo que de joven iba a las semanas culturales gays, que ahora es el FIDS. Ahí conocí a más personas como yo, que estaban tratando de transformar la escena. Perteneces generacionalmente a la gente que te hereda sus conocimientos. Sucede en el cine: trabajé con Arturo Ripstein, y él trabajó con Luis Buñuel. Lo mismo sucede en el movimiento LGBT. ¿Quién iba a pensar que en un debate presidencial veríamos una pregunta que toca directamente a la comunidad LGBT? Incluso hace seis años no era un tema pertinente. Muchos hemos contribuido para que las cosas cambien.
¿Cómo observas el futuro de la diversidad sexual en México?
Me alienta ver que muchas cosas han cambiado. Han pasado 20 años desde que Julián y yo comenzamos a hacer películas con estas temáticas. Hay puertas que se han abierto y eso es fantástico para la gente que está filmando hoy. Sin embargo falta mucho por hacer. México sigue siendo un país con un índice alto en homicidios para personas trans, por ejemplo.
¿Cuáles son tus recomendaciones para la juventud?
Hay dos cineastas fundamentales que fueron gays: Pier Paolo Pasolini, autor de Teorema, de 1968; y Rainer Werner Fassbinder, el creador que mejor ha filmado en este mundo. Pienso en El miedo devora las almas, una película sin desperdicio.
En cine mexicano recomiendo a un director muy moderno: Roberto Gavaldón. Dirigió películas memorables como La Barraca, La noche avanza, Macario, Días de otoño. Gavaldón se movía con soltura en el cine negro policíaco, pero también en el indigenista. Sus historias son muy actuales, parecen nuevas.
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