se averiaron nuestras alas antes de ver la luz y era un
vuelo muy largo de seres humanos, no de arcángeles;
hacia la realidad más real, hacia la imagen de
lo real. puede uno permanecer mucho tiempo
en la imagen de lo real. es el final de la obra.
Reina María Rodríguez
Al menos teatralmente, la situación es clara: la tensión del presente cubano quema los sentidos. La edición 17 del Festival de Teatro de La Habana (curada por Omar Valiño con el lema “Teatro-sociedad-resistencia” y celebrado del 20 al 29 de octubre) ha dejado ver cómo todos los formatos escénicos se mueven entre lo que ya no está y lo que todavía no llega: el fin de la magia, la búsqueda del nuevo El Dorado, los exilios, las deudas pendientes… Pero, a pesar del aparente consenso por retratar una realidad que se cae de las manos, esta tensión se refleja en otra: la de las maneras escénicas con las que la situación es representada. Se hace evidente, por tanto, que la complejidad del presente desfonda las representaciones tradicionales y encuentra su mayor intensidad en teatralidades que rebasan el marco del monopolio de la representación.
Hablemos sólo de tres casos:
Por una parte, la compañía teatral El Ciervo Encantado (dirigida por Nelda Castillo y que este año cumple 20 años de actividad) es, a estas alturas, una referencia en cuanto a lenguaje innovador y preocupación crítica que presentó en el festival dos piezas contundentes. Guan melón…!! Tu melón…!! dibuja un pedazo doloroso del presente cubano: todo está a la venta para el turista, para el gobierno norteamericano, para quien quiera y pueda comprar. Los elementos escénicos, sin embargo, no podían ser más simples: allá, en medio de la nada, la pequeña isla donde un par de músicos (Mariela Brito y Olivia Rodríguez) reviven décimas de hace un siglo –del famoso Samuel Feijoó– para expresar lo que ocurre ahora: “Hoy se ve al pobre cubano / penando por los caminos / como errante peregrino / con el bultico en la mano”. Y, al frente, una chica, una estudiante de la isa Universidad de las Artes (Yindra Regüeifero), aparece vendiendo chocolates, bailando salsa, actuando la estatua viviente, haciendo lo que sea con tal de llegar a fin de mes. La clave de la eficacia es, sin duda, el trabajo de alta presión humorística, el rigor en la elaboración de una farsa dolorosa a la que se somete al folclor (y su emergencia fetichista) para describir la desesperación.
Por otra parte, Departures es una instalación escénica acerca de los diversos momentos de exilio posrevolucionario. Todo parte de las vivencias de Marcela Brito, la actriz (prodigiosa, que en Guan Melón…!! era inmensamente fársica y ahora profundamente íntima), y de las cartas que ha pedido a otros amigos exiliados; de lecturas –por ejemplo, de Reinaldo Arenas; de piezas musicales y de documentos fotográficos. Una pieza cuya fuerza reside en la sobriedad que deja espacio al testimonio, pero a la que acaso le haga falta un paso atrás para preguntarse, digamos, por qué en las fotos de los primeros exilios sólo vemos a gente blanca en naves bien construidas, a diferencia de lo que sucede después de Mariel.
Asimismo, Habana Off nos dejó conocer a la plataforma escénica Osikán, con un par de trabajos que verdaderamente aminoran las tendencias a los grandes temas, logrando llevar la mirada adonde la política se produce en primera persona. Family Trash, coreografía de la ausencia se sumerge en las vidas de los performers para analizar su ciclo familiar, así como su educación sentimental y de género. Y, un paso más adelante, BaqueStriBois es un encuentro frontal con la prostitución masculina de la capital cubana; lo que mata dos pájaros de un tiro, dos puntos ciegos de la sociedad (y el poder): la homosexualidad y la prostitución. Ambos combinan investigaciones documentales, piezas visuales, prácticas performativas sobre la materialidad de los cuerpos (en el segundo caso hasta el agotamiento) y la presencia de “expertos de vida”, real people, como se dice. En ambas obras Alain Cantillo, David Izaguirre y César Milagros se han entregado en alma y cuerpo a una exploración contundente bajo la dirección de José Ramón Hernández; se muestra un lenguaje en formación pero con una enorme potencia para el cuerpo del espectador. Hay que destacar la coherencia y la pujanza a lo largo del proceso, pues las condiciones de producción incluyen el nomadismo y la rehabilitación (efímera, a mano limpia) de espacios culturales en deterioro.
Finalmente quiero detenerme para señalar la presencia del Laboratorio Escénico de Experimentación Social, pivote para la aparición de otras formas de pensar la escena en el festival, pues no sólo participó en el Habana Off sino que además propuso un espacio de pensamiento de la gestión escénica internacional y otro de desarrollo teórico. Coordinado por Yohayna Hernández y Marta María Borrás, el laboratorio es un espacio de gestión donde confluyen las residencias, los talleres y un riguroso pensamiento teórico que conjuga a diversas generaciones de artistas del país. Todo esto en condiciones tan adversas como tener que pagar dos dólares por una hora de Internet de muy bajo rendimiento, más las trabas burocráticas al uso.
Hay más, claro, mucho más, en La Habana, en Cuba, pero un cuerpo no puede abarcar tanto. Lo cierto es que, al menos teatralmente, en La Habana parece que el corazón que parió la Era está quebrado. En espera de que en 2018 deje de haber un Castro en el poder, ¿quiénes podrán remendarlo? ¿Cómo?
El texto apareció publicado en La Tempestad 128 (noviembre de 2017)
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