viernes, 24 de agosto de 2018

Este es Campeche, señores

Cara de que no rompe un plato, pero sí que lo hace, estrellando uno (de una mesa sin ocupantes) contra el suelo de la peatonal 59, llena para su enfado de bares y restaurantes últimamente. Es comprensible la furia de nuestro amigo MacGregor, temperamento de artista, perfil de Justo Sierra. Pregonero en su tierra. Locuaz sabedor de quienes viven o vivieron en los amplios caserones de la Campeche intramuros. A una señora le suelta: “Usted tiene derecho a disfrutar del fresco sin que la moleste este escándalo”. Es de las que sacan su mecedora de bejuco al ponerse el sol de garrapata, y seguro que los sábados juega ahí mismo, en la banqueta, con sus vecinas a la lotería campechana. Tibia es la noche, a pesar de los altos decibelios.

Juntos hemos paseado hoy por Santa Ana, barrio en un principio de naboríes, adonde fuimos a almorzar tacos de lechón tostado. Justo al final de la Avenida República, la del puentecito decimonónico, las casas quintas, el recinto dedicado a Clausell. Calle que conecta, Alameda de por medio, con la Puerta de Tierra y por tanto con el Salón Rincón Colonial, última parada de un inolvidable recorrido cantinero al socaire de La Burbuja, El Palacito Chino y el Bar Alameda, mentideros que nos hacen añorar una cierta, más bien idealizada, vida de puerto que por desgracia no llegamos a conocer. De esto se da cuenta Román (su nombre no es por el barrio del Cristo Negro, aclara), y levantándose de su mesa nos explica: “En Campeche los barcos aprovechan la marea alta para entrar en la bahía, esperando entonces a que baje para poder encallar y cantearse, permitiendo así el desembarco. Ya luego vuelven a flotar”. Esto no pasa en Progreso. “Aquí llegan barcos de bajo calado, como los que trajeron los conquistadores, que a fuerzas tuvieron que recibir instrucciones de los mayas.”

También departimos, ayer, con el circunspecto poeta Pino, y charlado con el constructor Sosa Escalante, eximios apellidos los tres. Qué gente más estupenda. Nos encontramos en la Sevilla de Esquivel Pren, capital heroica y liberal de una península bicéfala, enhiesta, sin lagos ni montañas, de marañón y caimitos, cuna de nuestra abuela paterna. Nos gusta imaginárnosla merendando meriendas, aliterada y feliz, en los Portales de San Francisco. Debió coincidir con el joven Vasconcelos, quién sabe, el cual describió a sus (adoptivos) paisanos como “inclinados a la buena vida, despreocupados, bromistas, poetas más bien que teorizantes”. Nos consta por MacGregor y su hermosa ciudad de pisos de mármol, mar de plato, plato en el piso. Con la mejor cocina del país (otra vez Vasconcelos) y los primeros cocktails. Inspiración de Hernán Lara Zavala y José Emilio Pacheco, palos de tinte de nuestra estantería del disfrute. Verdadero crisol de México, y no Veracruz con su Ulúa de múcara campechana y estatua del teniente Sainz de Baranda. Volveremos pronto para seguir quebrando, y pagar, la loza que sea necesario. Ya luego a flotar de nuevo.

Viernes 24 de mayo de 2018



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