lunes, 20 de agosto de 2018

Cómo reseñar una antología

Para evitar el decálogo inútil comparto nueve notas sobre la práctica de reseñar antologías. Pueden ser tomadas como recomendaciones (espero que útiles) pero también como puntos a reflexionar.

a) El camino más certero para reseñar una antología, como ocurre con tantos otros tipos de libros, es leerla (completa) y después comentarla.

b) Es común que los estudiantes o los comentadores profesionales (o los críticos, incluso, que se dedican exclusivamente a leer y escribir) sencillamente no tengan tiempo para leer un libro completo y comentarlo (pues deben leer otros y también comentarlos). Es sabido, sin embargo, que en estos tiempos donde los bajos escrúpulos y las excesivas ocupaciones casan tan bien, no es necesario leer un libro entero para opinar sobre él.

c) Si se exige que una reseña tenga entre 3 mil y 5 mil caracteres, lo mejor es compartimentar las ideas en distintos párrafos, para ir cumpliendo y avanzando en los números. Las antologías no siempre permiten extraer ideas de ellas y es aquí donde un comentador deberá ponerse creativo. Un camino útil para ello será plantear problemas (reales o no) e intentar resolverlos. Por ejemplo, una antología de relatos, ¿es de relatos breves?, ¿y por qué no largos?, ¿da para preguntarse por qué ya no se publican tantas antologías sobre novelas o diarios?, ¿realmente existe el desinterés de las editoriales por el relato en contraste con otros géneros literarios?, ¿puede hacerse a partir de ella un diagnóstico de la literatura nacional del momento? Etcétera.

d) Para aclarar, vamos a un ejemplo reciente: El hambre heroica, una antología decente, de cuento mexicano, seleccionada por Gabriel Rodríguez Liceaga (publicada apenas por El Paraíso Perdido en lo que, se espera, será una serie de antologías que revisen la producción mexicana del cuento). Aquí hay varias oportunidades: la noticia editorial permite 1) el texto coyuntural 2) celebrar el ejercicio (especialmente si uno decide sumarse a la idea de que “Es estúpido hasta las lágrimas que existan editoriales no interesadas en publicar cuento”, como escribe Gabriel Rodríguez en su introducción) 3) comparar la publicación con antologías de otros tipos pero también publicadas en México (y de paso hasta comentar políticas culturales de estado, dudosas o no) o de otras latitudes (¿estamos ante una revisión de ambiciones similares a las Best American Short Stories que opera desde 1915?). Aquí, dado el caso, el comentador podrá ofrecer datos históricos de interés, o chismes.

e) Volviendo al inciso c), ¿por qué las antologías a veces no permiten extraer ideas sobre ellas? Porque, contrario a lo que se esperaría, las mejores antologías son las desiguales (es común, sin embargo, encontrarse con reseñas que para decir que una antología es mala se anota que es “desigual”, queriendo decir que no todas las partes que la conforman poseen la misma calidad). ¿Qué quiero decir yo? Que una buena antología, aunque sea temática, ofrece una variedad de elementos que resuelven distintos problemas de distintas formas. Esto ofrece un “panorama”. Hay, por ejemplo, antologías sobre autores que muestran el alcance múltiple de su obra. El hambre heroica, por volver al primer ejemplo, parece ser una antología no sólo de cuentos mexicanos sino principalmente de autores nacidos en lo ochenta (para despistar se incluyen algunos nacidos en los setenta y en los noventa). Ese podría ser el hilo común. ¿Pero son cuentos tan distintos entre sí? ¿O la mayoría fueron escritos bajo un régimen estético singular? ¿Los cuentos tienen reglas rigurosas?

f) Si una antología no es desigual lo más sencillo para el comentador será dar con los pocos autores que ofrecen soluciones distintas a sus problemas. En el caso de El hambre heroica, por ejemplo, ante tantos relatos realistas (entendiendo “realista” en un sentido amplio) una solución es destacar los pocos casos donde el narrador se permite un cuento fantástico (“Orquídea” de Ave Barrera; “Cáscaras” de Leonardo Teja; ¿“Y, sin embargo, es un pañuelo” de Jaime Muñoz de Baena?). O, si se hace el esfuerzo, uno puede enfrentarse al relato realista, entendiendo al realismo como una forma o un estilo, y destacar otros relatos que no lo son (“Acrotomofilia” de Herson Barona, “La cara de Ángel” de Úrsula Fuentesberain; ¿“Una palabra” de Alejandro Badillo?).

g) Si una antología no es desigual en el sentido que he dicho hay otra opción para comentarla: sacar conclusiones o diagnósticos a partir de su aspecto más homogéneo. Aquí, de nuevo, lo más sencillo es plantear preguntas e intentar responderlas. ¿Por qué es tan común encontrar relatos sobre violencia o sobre la clase media en México? ¿Por qué sigue tan presente la sombra del humor de Ibargüengoitia? El problema con esta opción es que esas preguntas (y sus respuestas) rara vez son interesantes.

h) Se me ocurre ahora que otro camino para comentar una antología –que, me temo, también es común pero por mala onda– es no comentarla, hacer como que no pasó nada y mejor hablar sobre lo que no está contenida en ella. Si se tiene frente a uno una antología de cuentos, habrá que preguntarse por qué la prosa y no la poesía; por qué el relato y no el ensayo; o por qué cuentos breves y no aforismos. O ya de plano ponerse personal y hacer preguntas provocadoras. Si se trata de una antología de relatos mexicanos que no lo incluya, puede decirse, por ejemplo: estos cuentos están bien, ¿pero han leído los de Gabriel Wolfson?

i) Me imagino que debe haber un camino intermedio entre el comentario mala onda (como el imaginado en el inciso anterior) y el perezoso (que reproduce sin más el espíritu de lo que se escribe en una contratapa, en una introducción o, peor, en el comunicado de prensa). Ese camino, el intermedio, al final, es el que recomiendo.



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