En El agente secreto (1907), novela negra de Joseph Conrad que aborda el tema de la explotación, las calles de Londres se describen como “un acuario limoso al que se le hubiera quitado el agua”. Este concepto de suspensión, de encierro, es con el que juega Sebastian Hofmann en Tiempo compartido (2018), que ganó el Premio especial del jurado en el Festival de Sundance. La nueva película del director de Halley (2012), sin embargo, plantea su historia en el paraíso colorido y acartonado de un hotel en el que un padre de familia y un empleado de limpieza tienen serias dudas sobre lo que ahí ocurre.
Hofmann habla aquí de Tiempo compartido, que llegará a las salas el viernes, película en la que el creador cambia de registro y apuesta por una narrativa más convencional aunque no menos filosa.
Tiempo compartido juega con la idea de la suspensión –que se puede entender como detenimiento, punición, condena o reprimenda–, de estar atrapado en un espacio. ¿De dónde surgió la idea de contar una historia con estas características que, además, se desarrolla en un hotel?
Tenía la idea de hacer una película que sucediera en una sola locación. Las películas que suceden dentro de un hotel constituyen casi un género. Desde que Julio Chavezmontes y yo planteamos el guion nuestro primer referente fue El resplandor, de Stanley Kubrick, basado en la novela de Stephen King. ¿Qué pasa si le quitas los elementos fantasmagóricos y sobrenaturales? Sólo queda la sensación de paranoia, aislamiento y demencia.
La película también viene de una anécdota familiar: mi madre vendió tiempos compartidos durante una temporada. Ella tenía un maestro, un tutor americano que era una eminencia en ventas, que impartía cursos sobre cómo manipular al posible comprador. Gloria, el personaje de Montserrat Marañón, emparentada con Andrés, al que da vida Miguel Rodarte, está inspirado en ella. El mundo de los tiempos compartidos es absurdo, siniestro y humorístico. Esta nueva película, en la que mezclé todos esos elementos, es un experimento de tono y atmósfera. Halley, mi filme anterior, es sensorial y filosófico. Con Tiempo compartido intentamos ser más ambiciosos en la estructura dramática y, además, nos abrimos más al público. Planteamos una comedia muy oscura, en la que intervienen actores conocidos como Luis Gerardo Méndez. Las audiencias mexicanas responden más al melodrama y la comedia. Este proyecto es una forma de intervenir una película comercial. Para mí es un experimento. Pasa mucho que las películas que se ven en los festivales se quedan en una zona de confort, donde saben que van a funcionar, en un circuito de élite, de críticos. Me tardé en levantar este proyecto, pero ese fue el reto, probar que podía hacer una película para un público mayor que el de la Cineteca. No me refiero a que la película vaya a tener una distribución tan amplia porque no es una comedia familiar.
Han pasado varios años desde el estreno de Halley, tu primer largometraje. ¿Existe un hilo de continuidad entre esa película y la nueva?
Sí, es una extensión. La angustia viene del mismo lugar. Si se le analiza a Tiempo compartido en términos del lenguaje está construida con planos de mucho silencio, aunque sin caer en la contemplación del cine de Reygadas. Existe esa influencia, pero ya no me demoro en los planos. Hay un paralelo estético entre Halley y Tiempo compartido. Algunas personas me han dicho que el personaje de Miguel Rodarte es una extensión de Alberto, el protagonista de Halley. Rodarte interpreta a un hombre que no se puede comunicar, que está aferrado al dolor de una pérdida, que busca la compasión de sus compañeros y sus esposa. Todos los personajes están varios pasos adelante. Ya no hay un lugar para él en la empresa ni en su familia. Es un muerto viviente, está extinguido. La similitud entre ambos personajes no fue planteada a propósito.
El tono de la película es desconcertante. Hay humor, pero también algo siniestro que se percibe como una amenaza.
Tonalmente la película toma prestados elementos del cine de horror. Hacia el tercer acto se vuelve suspenso. ¿Qué está planeando realmente la multinacional del hotel? ¿Todo está ocurriendo en la cabeza de unos locos? No intento ser un mago y esconder el hilo. Ese tipo de cine no me interesa. Me gusta que se vea el hilo. El filme retoma al realismo mágico, la música y algunos otros artificios que hacen consciente al público del absurdo que se esconde detrás del eslogan vacacional “déjanos ser tu familia, dos veces al año, para hacer tus sueños realidad”.
Esa es la parte del experimento. Es una película que toma riesgos, más allá de si es buena o mala. No podemos competir con películas que siempre van a tener el sello de aprobación. El que la hayan reconocido con varias nominaciones al Ariel es satisfactorio. También el premio que obtuvo en Sundance. Ese es el mérito de la película: que los riesgos funcionaron. Está por verse cómo nos va con los diferentes tipos de públicos.
La estética del filme es particular, contrasta con el tono oscuro del tema que trata. ¿Se trata de una contraposición deliberada?
Desde que leyó el guion Matias Penachino, el cinefotógrafo, que es un gran artista, me dijo: hay que crear una hiperrealidad, como cuando vas en un avión y hojeas las revistas de turismo que muestran imágenes de familias perfectas, con una iluminación exagerada. Quisimos que la película nunca se viera real sino artificial, que lo único real viniera de las actuaciones. Dar la sensación de cómo interactúan estos seres orgánicos atrapados en un espacio inorgánico.
La película ha sido leída como una crítica al capitalismo donde hombres y mujeres son clientes potenciales en cualquier situación. ¿Este tipo de lecturas te parecen pertinentes?
El filme funciona como sátira. La película se estrenó en Estados Unidos, la cuna del capitalismo, y ahí se le interpretó como una crítica a su sistema, donde lo más importante es perseguir cómo mejorar la calidad de vida, cómo tener una casa más bonita, cómo sobresalir y tener un cierto estatus. La pirámide es un símbolo muy importante en todo el filme: el hotel es una pirámide. El logo de la corporación Everfield International Resorts, que compra el hotel mexicano, es, también una pirámide. Claudio Ramírez Castelli, encargado del diseño de producción, y yo elegimos ese símbolo, que remite a la jerarquía del capitalismo, donde hay pocos en la punta y un volumen amplio en la base. Ello remite al hotel: sus entrañas son un lugar oscuro, húmedo, a diferencia de la superficie aséptica y colorida. Al final es todo una ilusión. Es una película que tiene muchas capas, como una cebolla. Ese es mi mayor interés, que resista la prueba del tiempo, que no sea una película mexicana que termine en Netflix sino que se le vea como un reflejo de las contrariedades del presente. Es lo que le ocurre al personaje de Rodarte, un deprimido encargado de divertir a los demás mientras se lo está llevando la chingada.
Le planteé lo siguiente a los actores: están atrapados en una pecera. En un cierto momento la película da la impresión de que los personajes realmente están constreñidos en un acuario. Ahí está la ironía.
from La Tempestad https://ift.tt/2Ly5Owo
via IFTTT Fuente: Revista La Tempestad
No hay comentarios:
Publicar un comentario