viernes, 14 de septiembre de 2018

(Auto)explotados por amor al arte

“Allí donde lo que prima es la impresión y pasar epidérmicamente por las cosas, allí donde la concentración es uno de los bienes más en crisis en la contemporaneidad, donde la lectura tiende a convertirse en un ‘surfear’ las palabras, la profundización se posiciona como un gran poder para el sujeto. Sólo profundizar favorece la conciencia de una existencia verdaderamente asumida, sólo el pensamiento que acontece en los tiempos vacíos permite romper la inercia y frenar”, dice la escritora y catedrática española Remedios Zafra (Zuheros, 1973) en una entrevista a propósito de El entusiasmo, un ensayo en el que aborda el tema de la precariedad en los oficios creativos de nuestros días: “La posibilidad de que todas las personas conectadas podamos crear y compartir lo que hacemos es transgresora, la disponibilidad del acceso al mundo digitalizado para conocer y dar a conocer nuestro trabajo es absolutamente fascinante en su potencia, pero también conlleva formas de opresión simbólica”.

Goethe escribió que “no hay hombre más esclavizado que el que falsamente se cree libre”, y en este libro señalas que el entusiasmo es “un argumento para legitimar la explotación”, ¿son síntomas característicos de la desigualdad contemporánea?

Pienso que una de las mayores fórmulas de neutralización contemporáneas viene de la precariedad “vivible” de estos trabajadores creativos. Es decir, de ese espejismo de libertad y elección que quienes están encadenados a la precariedad, pero sostenidos por su entusiasmo y motivación, van alimentando, conformándose con una vida permanentemente aplazada (“cuando logre un trabajo estable”, “cuando consiga el dinero suficiente”, “cuando termine este proyecto”…). Creo que hay un perverso poder en el espejismo de la libertad, un poder que sostiene formas de resignación y desigualdad. Me parece que todo trabajador entusiasta aspira a desarrollar su práctica con plenitud, y dado que lo que suele encontrar es temporalidad siempre es candidato o aspirante a trabajos precarios que se les presentan como “premio” después de un proceso competitivo, una suerte de (auto)explotación que, en tanto caracteriza a muchos, pasa más desapercibida. Pienso que el recordatorio de lo afortunados que son quienes se dedican a una práctica creativa (casi siempre vocacional) es un mecanismo que se está usando para mantener ese autoengaño de libertad que les mantiene mansos y productivos.

¿Puede decirse que la conectividad constante ha incrementado las posibilidades de creación tanto como propiciado una gran rebaja en la valoración del trabajo creativo?

El exceso del todos creamos y hablamos al mismo tiempo provoca mucho ruido, también formas de acceso y valoración del trabajo rápidas, más apoyadas en la caducidad y la celeridad que en la posibilidad de profundizar en un trabajo. La producción online se caracteriza por la actualización constante, la primacía de la impresión frente a la atención, la vida en presente continuo. Es tan habitual que el carácter desechable de ese trabajo termina por pasarnos desapercibido. De hecho, cuando hablo de precariedad en El entusiasmo, lo hago no sólo en relación a la temporalidad y pobreza derivada de un contexto laboral y económico, sino como seña y riesgo de los tiempos que vivimos. La contemporánea es una cultura del “usar y tirar”, caracterizada por la hiperproducción competitiva donde es fácil convertir al sujeto en producto y marca de sí mismo.

Dices que la prisa es “uno de los grandes inventos capitalistas”, ¿cree que es posible contrarrestarla, o al menos frenar su hegemonía?

Es posible, tiene que serlo. Contrarrestarla es necesario, diría incluso urgente. Desconectar temporalmente, es decir, ser capaces de gestionar y recuperar el control sobre nuestro “tiempo” es algo imprescindible para las personas. Porque de pronto nos hemos descubierto cediendo los tiempos de vida al trabajo, porque todos lo hacen, porque la época lo pide, porque la red lo permite… Y pasa además que la prisa es favorecedora de las ideas preconcebidas (únicas que toleran la celeridad), aquellas que contribuyen a repetir mundo, visiones más conservadoras. Es un engaño que la velocidad por sí sola genere progreso. Si la velocidad no implica reflexión e imaginación para pensarnos distinto tenderemos a reforzar lo que ya pensábamos, a apoyarnos más en emociones, en sensaciones como esas rápidas que predominan ahora: gustar o disgustar, esas que venden “más y mejor”.

Inmersos en una vorágine de información, y entregados a la superficialidad impuesta por la falta de tiempo, ¿se vuelve necesario reivindicar el entusiasmo sincero?

El entusiasmo sincero es una potencia para quienes se dedican a la práctica creativa o intelectual, pero lo que se sugiere en el libro es que el sistema productivo tiende a convertir este entusiasmo en algo fingido cuando las personas se ven encadenadas a trabajos sin perspectiva de futuro. Y me parece que sin tiempos de reflexión y fantasía se penalizaría toda ideación de mundo, condenándolo a repetirse. Pero también se dificultaría toda agencia política capaz de señalar injusticia desde la denuncia y la imaginación de nuevas tentativas. Si quien tiene entusiasmo sincero se sabe libre y puede concentrarse y profundizar posee una potencia grande para sí mismo, pero también para la sociedad.

¿Y cómo romper el círculo vicioso en el que trabajar por amor al arte termina siendo una contribución a las condiciones actuales de (auto)explotación?

A un sistema hiperproductivo y competitivo como el actual le interesa mantener esta implicación de los trabajadores, dispuestos a hacer “más por menos”, porque cuando lo que se hace es una “práctica creativa” pareciera (nos dicen y nos reiteran) que en el “ejercicio de esta práctica va implícito un pago”, “qué afortunado eres por dedicarte a lo que te gusta”. Así se alude a ese valor que hace sentir especiales por preferir un “hacer” frente a un “vivir de lo que hacemos”, a veces se explota la motivación y a veces se explota la responsabilidad. Y me parece que en todos los casos el sistema capitalista se vale de la disponibilidad de una masa de trabajadores creativos cualificados en lista de espera, dispuestos a trabajar por poco, gratis o, en ocasiones, incluso pagando ellos.

Romper ese círculo exige un zarandeo ético de la sociedad. Porque es cierto que no basta con una toma de conciencia del trabajador (aunque esta sea imprescindible como primer paso). Esa alianza y ese ejercicio de imaginación a los que apunto como líneas de reflexión “después del entusiasmo”, exigen cuestionar al capitalismo en uno de sus pilares básicos, aquel que lo define como un sistema de intercambio que prescinde de vínculos morales entre personas. Creo que estos vínculos son necesarios, en grados que tenemos que ser capaces de imaginar y testar con el pasado, para recuperar el compromiso por lo colectivo, la igualdad y la justicia social, reivindicando conciencia y ética en cada engranaje social, especialmente en quienes detentan el poder y acumulan la riqueza. Cada vez que la sociedad ha avanzado en justicia social ha habido una ruptura de una inercia, cada vez que algo ha sido transformado de manera significativa a nivel social lo ha sido antes a nivel personal, siendo después capaz de generar contagio. Pienso que un ejemplo concreto podría ser el del feminismo. Su alianza no sólo habla de una reivindicación solidaria entre iguales, sino también de la denuncia del pago histórico de los cuidados y el trabajo doméstico con capital simbólico (cargado de similitudes con el “trabajo por amor al arte”). No sin motivo son las grandes precarias de la sociedad.



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