El triunfo de Roma, la más reciente película de Alfonso Cuarón, en la Muestra de Cine de Venecia, donde se hizo con el León de oro, el premio máximo del encuentro, confirma un momento importante para el cine mexicano. En los últimos meses múltiples películas han acaparado la atención tanto dentro como fuera de México. A inicios de año Museo, de Alonso Ruizpalacios, ganó el Oso de plata en la Berlinale. El filme, que llegará en las próximas semanas a las salas comerciales, se suma a otras producciones que han fomentado la conversación sobre este fenómeno en el que es posible constatar que la oferta se está ampliando: Los adioses, película en la que Natalia Beristáin retoma a Rosario Castellanos; Ayer maravilla fui, propuesta de ciencia ficción metafísica de Gabriel Mariño; Tiempo compartido, el filme irónico de Sebastián Hofmann que fue reconocido en Sundance; Ana y Bruno, la película animada de Carlos Carrera; y Nuestro tiempo, el proyecto autoral que Carlos Reygadas presentó, también, en La Mostra.
“Este es un momento muy importante de reconocimiento internacional”, señala el crítico Alonso Díaz de la Vega, “porque no veíamos que los tres grandes festivales europeos tuvieran una presencia mexicana tan fuerte desde los años cuarenta o cincuenta con obras de Emilio Fernández, Roberto Gavaldón e Ismael Rodríguez. En los sesenta y setenta el cine mexicano figura de forma esporádica en esos escenarios. El año 2000 es muy importante en esta historia: los festivales y la Academia de Cine de Estados Unidos voltean a ver películas como Amores perros e Y tu mamá también. A partir de ahí hemos visto los triunfos de Carlos Reygadas y Michel Franco en Cannes. El cine de autor mexicano, independientemente de su calidad, vive un periodo similar al de la época de oro en términos de aceptación internacional y premios”. Abel Muñoz Hénonin, editor de Icónica, constata la buena racha: “es un buen momento en términos de taquilla, de volumen de producción y de calidad”. Muñoz señala tres fenómenos específicos: la gente ve películas populares; los filmes de alto valor estético son bien recibidos por un público pequeño; en medio de esos extremos, considera el editor, se queda la mayor parte de la producción, que no llega a la salas. Para el crítico Sergio Huidobro se trata “del final de una etapa formativa-experimental y el inicio de un periodo de madurez de los cineasta que nacieron entre 1970 y 1985, cuya formación audiovisual coincidió, por un lado, con el cambio de siglo y, por el otro, con la transformación acelerada de los lenguajes a partir de lo digital”.
Sin embargo este momento sobresaliente va más allá. Por un lado está la bonanza que procuran los Leones, Osos y Palmas de oro y plata y, por el otro, el grueso de la producción nacional. “Una cosa es el lado glamoroso de las películas reconocidas, pero necesitamos concentrarnos en lo contrario, en lo que hay que arreglar”, dice Díaz de la Vega. “Uno de los grandes problemas”, dice Muñoz, “es que no sabemos cuáles son los públicos, porque se trata de múltiples audiencias”. Díaz de la Vega coincide y asegura que los públicos nacionales siguen teniendo un prejuicio hacia el cine mexicano “quizá motivado por la tanda de películas que imitaron la representación sórdida de la pobreza de Amores perros”. Las películas que más se ven en México son comedias románticas. La mayoría de estas producciones tienden al humor fácil, basado en la diferencia de clases sociales y raciales, en el sexismo y la homofobia.
Poco sabemos de las audiencias en México, a quienes se han entregado películas épicas como Cinco de mayo: La batalla (2013) y biográficas como Cantinflas (2014), y que han obtenido diferentes resultados. Díaz de la Vega apuesta por educar la mirada del espectador para que conozca películas de distintos géneros y destaca la recepción de Ana y Bruno, filme sobresaliente al que el público considera con reservas e incluso con temor al compararla con la animación de Pixar. Los expertos aseguran que se trata de luchar por la pluralidad de géneros y de formar espectadores exigentes. Díaz de la Vega observa un problema con la imposición de las escuelas de cine de una estética particular, vinculada a la mirada autoral: “Es un prejuicio pensar que los géneros accesibles producen solo malas películas. Ahí está el ejemplo de Spielberg, un genio que hace entretenimiento. Las industrias fílmicas son posibles gracias a ese tipo de cine. Lo que pasa es que aquí no hay genios que estén haciendo películas para entretener. El CCC, por otro lado, se está esforzando en crear el cine de calidad que se acerca a las masas”.
Los temas de distribución y de los estímulos del Estado para la producción son dos aristas a considerar. En 2017 se produjeron en México 175 largometrajes, 96 de ellos con recursos públicos. Lo preocupante es que la mayoría de esos trabajos se quedaron enlatados: Solo 85 llegaron a las salas. ¿Realmente se necesita hacer tanto cine para generar una industria saludable? ¿La cantidad se equipara con la calidad? “El IMCINE debe mejorar la selección de proyectos. Se buscan éxitos de taquilla sin importar el tipo de ideas y prejuicios que se afirman en el público con películas repulsivas como Hazlo como hombre, realizada con el Estímulo Fiscal del artículo 189 de la LISR (EFICINE Distribución). Si estos filmes fueran independientes del estado serían igual de criticables, pero al menos no contarían con el apoyo del gobierno, que está utilizando mal los recursos públicos apoyando productos tóxicos. Espero que la nueva administración del instituto, que encabezará María Novaro, pueda solucionar muchos problemas, entre ellos el de la selección de proyectos. Hay una responsabilidad social grande en esto porque se trata del cine que llega a las masas”, acota Díaz de la Vega.
Una película como Bayoneta, de Kyzza Terrazas, que se estrenará en los próximos días, genera un destello a partir del cual se argumenta que es posible hacer un balance entre la calidad y su alcance en taquilla. Se trata de un filme de buena manufactura pensado para un público amplio en el que Luis Gerardo Méndez, actor que se hizo popular con Nosotros los Nobles, una cinta de 2013 muy exitosa en términos económicos pero no estéticos, interpreta a un boxeador exiliado en Finlandia.
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