“Cuando no hay actor, hay director”, considera Carlos Reygadas sobre su decisión de actuar en Nuestro tiempo, su nueva película, que hoy se estrenó en la Muestra Internacional de Cine de Venecia. El filme le tomó al director cuatro años y medio de trabajo. ¿El motivo? Se trata de una película sin prisa, de casi tres horas de duración, en la que Reygadas sigue a una familia que vive en la provincia mexicana que se dedica a la crianza de toros. El núcleo del filme es la crisis que viven Juan, el poeta al que interpreta Reygadas, y Esther, a la que da vida Natalia López, esposa del realizador en la vida real. El pacto de la pareja es vivir libremente su sexualidad sin enamorarse de otras personas. Sin embargo la unión se desgasta cuando la esposa se enamora de otro hombre. “Todo lo que sale en la película lo quiero de una manera personal”, asegura el director, que aclara que la cinta no es autobiográfica.
Nuestro tiempo destaca especialmente por sus imágenes, que logran captar el orden acompasado del campo, cuya quietud es aparente, pero también el ritmo incesante de la ciudad vista desde las alturas. A Reygadas, que ha hecho trabajos de sonido, cámara y producción, le faltaba incursionar en la actuación. Al no encontrar a ningún actor idóneo para el rol de Juan, decidió ponerse frente a la cámara. “Cuando estás dentro del cuatro puedes marcar de una mejor manera el ritmo y tener más control de la imagen al interior plano”, dice el cineasta, convencido de que el encuadre y el tiempo son los elementos que le interesan particularmente y de los que poco se habla.
La película es una proeza fílmica que muestra el poder y la fuerza de la imagen cinematográfica. Su primera secuencia muestra a un grupo de niños que juegan en el agua, mostrando sus cuerpos nuevos. Más adelante se trata de adolescentes que retozan de forma erótica cerca del río. La plasticidad de las secuencias emparentan al filme con la poética de Luz silenciosa y el potente inicio de Post Tenebras Lux. También hay cosas nuevas: una secuencia grandilocuente filmada durante un concierto de percusiones en el Palacio de Bellas Artes y el aterrizaje de un avión captado con una cámara montada en el exterior de la nave. “No voy a contar cómo lo hice porque está prohibido filmar eso en al aeropuerto”, adelanta el director.
Los 173 minutos de duración de la película no son ningún obstáculo para el director. “Hay pinturas de 30 x 20 centímetros, murales de grandes dimensiones y, también, obras sin formato. Esa libertad me interesa. La mayoría de la gente quiere que las cosas sean previsibles y que tengan un formato específico. También pasa eso en los festivales de cine: si tu obra excede en duración entonces no la programan. Hay gente a la que le gusta el cine y no le importa ver películas largas con un ritmo interno propio”.
Sobre su primera incursión en Venecia Reygadas dice estar contento. “En el Festival de Cannes tuvieron dudas sobre mi película”, dice el realizador, “ellos dicen que no estaba lista, pero eso no era ningún obstáculo para llevarla allá. Venecia no tuvo ningún conflicto y, además, este año su selección trae películas de primera línea”.
El mexicano considera que su filme no es una obra cerrada: ”se puede leer de muchas formas; puede tener un sentido metafórico a partir de la presencia del mundo animal. La película es sobre una persona que cría animales bravos. En los mamíferos la sexualidad masculina es difusa y la femenina es concreta. Eso genera conflictos. A pesar de que los seres humanos somos animales racionales en la práctica demostramos lo contrario. También se nos olvida nuestra animalidad”. El filme, que compite por el León de Oro junto a Roma, de Alfonso Cuarón, también ensaya preguntas sobre temas variados, entre los que Reygadas rescata la familia, la estabilidad, la tranquilidad, la conveniencia y el cariño puro.
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