miércoles, 6 de marzo de 2019

Hasta el titán está compuesto por átomos

A mi entender, un ensayo no es otra cosa que una justificación literaria sobre cualquier opinión y sobre cualquier tema. El que sea. Desde las canicas con las que jugábamos de niños hasta los olores y ruidos con que uno lidia en los baños públicos. Todo es propicio a pasar por el lente del ensayo y esos dos ejemplos previamente citados son justamente un par de los que Laura Sofía Rivero toca en Tomografía de lo ínfimo.

La palabra “ensayo” (el auto corrector insiste en transformarla en un curioso “en soya”) es una de esas que, en la portada de un libro, ahuyentan al posible lector acaso peor o igual que la palabra “teatro”. Tomografía de lo ínfimo es un libro de ensayos que arroja por la ventana ese mal heredado dictum. Se trata de un libro ameno y complejo que pone la mirada sobre aquello que pasamos por alto en nuestras vidas cotidianas. Puse ya dos ejemplos. En el tomo también hay textos acerca del crecimiento de las uñas, de la incomodidad de ser un oficinista, de las comidas con los consabidos coworkers, del ambiguo tiempo mexicano, del nombre que nos pusieron nuestros padres, etcétera.

Lo que engloba a estos temas según la autora es que se tratan de nimiedades, cosas en las que nadie se detiene a reflexionar. Piedras en el zapato, en todo caso. Pero, como dice la autora en su “minifacio”: La gota deja de ser gota si se consagra a la lágrima, al vaso de agua, al mar, al océano…

Las cosas que rodean a Laura Sofía Rivero tienen vida propia, mutan en algo más, todo lo pequeño crece. Como las sombrillas que se transforman en paraguas apenas cae la primera gota desde el cielo. Su prosa muda de cáscara conforme la estamos leyendo. Estos ensayos hablan de cosas mínimas pero a su vez están conformados por frases breves que o bien nos sacan una honesta carcajada o bien nos ponen a meditar. Nos da el Ratatuille mientras leemos Topografías de lo ínfimo. Quién no ha pensado en robarse una coladera abandonada o la cubeta con cemento con que los vecinos apartan sitio en la calle. Quién no ha mirado en el crecimiento de sus uñas un concurso de velocidad. Todos usamos zapatos, todos habitamos una casa que nos recibe vacía pero se transforma en hogar con la aparición de un colchón. Y ya bien instalados, creamos ese delirio de los tiempos modernos llamado: la bolsa para las bolsas. En otras palabras: vivimos en una sinrazón atemorizante y vertiginosa. La mirada de Laura Sofía Rivero es intrépida y lúdica, nos quita un estorboso layer de cotidianeidad de las pupilas. Nos ayuda a ponerle pausa a la realidad que heredamos. Ejemplos:

Resulta inverosímil que los vuelos nacionales duren exactamente lo mismo que la espera para abordar el avión…

Las sex shops venden ropa íntima hecha con un dulce no fabricado para niños…

Entra un numeroso grupo de comensales a un restaurante. Inmediatamente los meseros, molestos, saben que hay que juntar dos o tres mesas con sus respectivas sillas, es decir, intentar edificar un nuevo restaurante…

Y así las cosas no sólo dejan de ser lo que son, sino que se vuelven en su contra, en nuestra contra; mutando de ínfimas a infernales. Todo es potencialmente un infierno en la tierra. Esa es la sombrilla con que se cubre este extraordinario libro de cuentos. Y aguas porque en cualquier momento empieza a llover.

El averno ensayístico de Laura Sofía Rivero fue ganador del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2017, lo que tristemente también implica que es relativamente inconseguible. ¡A buscarlo con la autora misma, si es necesario!



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