jueves, 14 de marzo de 2019

Un deseo insaciable

Atípico pero refrescante: en la pasada edición del Premio Mauricio Achar Literatura Random House se premiaron dos libros, All in, Sinatra, de Pedro Zavala y Pistolar, de Iván Soto Camba (Guadalajara, 1982). Destaca el caso de Pistolar, un libro compuesto a partir de una serie de cartas, escritas por una persona real, Luis Alfredo J.A., y las reflexiones que detonan. Explica Soto en una nota: “Ésta y todas las cartas de Luis Alfredo J.A. que se incluyen en Pistolar llegaron a mis manos en un ejemplar muy parecido al que menciona el narrador. Esto sucedió más o menos un año después de la muerte de Luis. El mismo día que las leí por primera vez, pedí autorización a su hermano para escribir un libro basado en ellas”.

“El título que tenía la recopilación original de las cartas era ¡Quiúboles! Proyectos y oraciones. En la contraportada, sobre una fotografía de Luis en un malecón con el mar de fondo, aparece el siguiente texto: Quiero compartir con mis hermanos estas ideas y oraciones escritas por nuestro hermano Luis, esperando que nos ayuden a comprender mejor su enfermedad y el gran don que dios nos regaló en él”.

Soto reproduce algunas de las cartas (muchas de ellas dirigidas a ex presidentes o a candidatos presidenciales), contesta otras, y en general crea un relato ficticio que lo mismo sirve como un tratado del correo no deseado (o el spam) y su recorrido paralelo con la narrativa. En su contratapa, los editores de Random House Mondadori han evitado, astutamente, referirse al libro como una novela: se habla de un “artefacto narrativo”, una “indagación fragmentaria en el mosaico del yo” (aunque, en la ficha técnica, sí se usa la fantasmagórica y redundante categoría de “novela literaria”). Pero es esta fricción en el campo de la narrativa y sus géneros lo que hace de este libro, ¡premiado por una multinacional!, una obra singular.

Es inevitable ver en un ejercicio grafómano como el de Luis Alfredo J.A. una figura similar a la del escritor, especialmente en un ambiente cultural como el nuestro. “Una de las cosas que me interesaron de las cartas de Luis Alfredo”, explica Soto, “es que escribió muchísimas y nunca las envió. Intentó mandar una o dos, pero para enviarlas las llevó a una papelería, en lugar de ir a una oficina de correos. Tal vez, para él, escribirlas ya era enviarlas”.

“Esa idea me llevó a crear un personaje que se dedica de tiempo completo a escribir cartas para sí mismo. Y sobre todo que esos textos fueran spam, correo no deseado, incluso para él. Ni siquiera él se dignaba a responderlas. También me interesó que estas cartas fueran, básicamente, deseos y proyectos: deseos que él mismo se negaba a cumplir y proyectos que él mismo saboteaba”.

“En estos textos específicos de la esquizofrenia encontré muchas relaciones con la manera en que funciona el pensamiento poético; y en este género de correo no deseado que ni siquiera requiere enviarse, encontré asociaciones con lo que significa estar escribiendo aún ahora, con esa desproporción aparente entre el número de escritores y el número de lectores (por supuesto es una gran exageración decir que ya no hay lectores, pero al menos la sensación de que ya no lee nadie es muy real, y es muy absurdo que a pesar de ello se publique tanto cada año)”.

“Es a final de cuentas una adicción que no se puede explicar. En mi caso lo noto mucho, por ejemplo, en el hecho de que la gran mayoría de las personas con las que me relaciono todos los días no leen nada o casi nada, ni les interesa o les preocupa (que está bien y lo entiendo perfectamente). Escribo normalmente después de la jornada de trabajo, ya cansado y con los ojos un poco hinchados de tanta computadora, sin que me interese o preocupe mucho quién lo lea”.

Pistolar fue concebido como una narración más cercana al ensayo, una aclaración que parece pertinente ante el tipo de libro que, usualmente, tiende a ser favorecido por editoriales que buscan al gran público (que, se supone, prefiere novelas claras, amigables, no demasiado “literarias”). No es casual que en el libro se mencionen a autores como David Markson o Mario Levrero, pertenecientes a una constelación de escritores que se comportaron de manera reacia a los géneros literarios (específicamente, ante aquellos publicitados por la industria editorial). “La cuestión de los géneros”, explica Soto, “nunca me ha preocupado o interesado mucho, tiene que ver más con la publicación y la crítica que con la escritura. También con la intención de dar a los lectores una referencia, algo que les dé una idea de lo que pueden esperar de un libro, que los convenza al menos de comprarlo, lo cual tampoco tiene mucho que ver con la escritura.

“En el caso de Pistolar, sin embargo, este asunto sí fue pertinente desde la escritura. En un principio me propuse responder cada una de las cartas que me encontré con un poema. En esta primera aproximación, el “yo poético” provenía directamente de mi voz (la supuesta “voz autoral”). No me convenció, así que probé introduciendo un toque de ficción, enunciando los poemas desde sus destinatarios originales. Esto me gustó más, pero sentía que podía lograr algo más interesante si hubiera algo que ligara todas las piezas. De ahí que empezara a escribir un ensayo, con un narrador ficticio y una serie de recursos que eventualmente reconstruyeran también al personaje que estaba detrás de las cartas (no el verdadero Luis Alfredo, sino uno propio y también imaginado). El resultado final es una mezcla de escrituras y reescrituras de distintas versiones de Pistolar que sí tenían un planteamiento de género literario detrás, pero en conjunto lo perdían”.

“Lo cierto es que las posibilidades de la novela son muy amplias. Pistolar puede caber dentro de cualquiera de los géneros mencionados, aunque siempre aceptando que no se ajusta completamente a ninguno. Tal vez el venderlo como novela puede tener, eso sí, algunas consecuencias en la lectura. Juega con las expectativas de los lectores y tal vez afecte la forma en que lo perciban, ya adentrados en el texto. Pero de eso no estoy muy seguro”.

“Markson y Levero fueron guías que utilicé, ya avanzada la escritura, para dejar de preocuparme tanto por los géneros que me planteé como punto de partida. Markson postula, por ejemplo, que los personajes y las tramas existen sólo por exigencia de los lectores, para hacerlos dar vuelta a las páginas, pero que lo que realmente quisiera todo escritor es omitirlos”.

Pistolar se desarrolla en un extraño ambiente psíquico, delineado por una Guadalajara que no funciona exactamente como un personaje sino como una sensación: se mencionan algunos referentes geográficos y momentos históricos de la ciudad, generalmente catástrofes, como el incendio del Roxy, recientemente “recuperado” por la amenaza del aburguesamiento. Algo similar ocurre con el priísmo que se invoca continuamente a lo largo del libro. “La construcción de la ciudad tiene que ver con las diferencias que encontré o imaginé entre la Guadalajara del Luis Alfredo real y la mía. En sus cartas hay pocas menciones del espacio, pero sí encontré algunas referencias, aunque no incluí todas en las cartas que aparecen en Pistolar (por ejemplo, su dirección, y ciertas menciones de lugares que frecuenta, que tampoco incluí)”.

“También busqué retratar un poco la esquizofrenia o el comportamiento absurdo de la misma ciudad, de su historia. El Roxy, por ejemplo, es una referencia personal y un recuerdo de lo absurdo de esa época, absurdo que tomaba forma física allí (la gentrificación lamentable que viene –todavía está en proceso-, seguramente aportará a otro tipo de comportamientos absurdos y delirantes de la – también lamentable– Guadalajara futura). Las catástrofes eran otra referencia obvia de estos síntomas en la divergencia neuronal de la ciudad. Exactamente lo mismo se podría decir de ese priísmo esquizofrénico que tiene poco que ver con el momento histórico, la política o la militancia. También es, en efecto, un priísmo psíquico (lo cual reivindica en gran medida al personaje)”.



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