miércoles, 27 de marzo de 2019

Tratado sobre el paso del tiempo

Al Alvarez, qué duda cabe, escribe sobre estados de ánimo. Los terminales, como el suicidio, en su espléndido El dios salvaje (1973), y los alumbradores, como En el estanque (diario de un nadador) (Entropía, 2018), tratado apacible sobre el paso del tiempo. La forma del “diario” (En el estanque se presenta, justamente, como el “diario de un nadador”) es, en todo caso, la excusa para medirse con un calendario que avanza y el modo en que ese movimiento regula la coexistencia entre un cuerpo –el de Alvarez– y el agua de los estanques de Hampstead Heath, donde aquél nada (es decir, entrega su cuerpo a un elemento indescifrable) desde su temprana adolescencia. En el contacto entre la percepción del autor y los ciclos en los que el mundo se mueve o se detiene visto desde el agua, la natación puede ser entendida como una toma de distancia frente a cierto nivel de la vida, una puesta en suspenso del ánimo en el que la inercia de las cosas que quedan en tierra adquiere una significación nueva. En el estanque es, entonces, una reflexión desplazada de lugar y un tratado sobre la constancia humana, ese arte de insistir en un motivo por el puro placer de agitar, levemente, sin que se note demasiado, la existencia propia y la ajena. Pero a la continuidad entre prosa, natación y vida, Alvarez no le pide otra cosa que el placer sensorial, de ahí el recurso al registro minucioso, a la marcación insistente, a la maravillosa expansión de lo mismo en mil matices diferentes, una y otra vez. ¿Por qué la anotación obsesiva de un ritual puede adquirir la consistencia de lo mágico? O mejor: ¿por qué la manía particular ilustra, a veces, mejor el sentido oculto del mundo que cualquiera de esas malas ficciones del “yo” que pretenden tragar la realidad a través del autor? Alvarez, seguramente, no tiene preguntas de este tipo en mente cuando describe con insistencia de naturalista el vuelo o las conductas de las garzas, gaviotas, cisnes y cormoranes que lo acompañan en cada nado. Pero su sensibilidad parece única e intransferible cada vez que lo hace, y es ese don el que transforma su diario en la clase de conexión literaria que, a veces, necesita lo maravilloso oculto en la monotonía para aparecer ante los ojos del lector anestesiado por el ruido y los reflejos del mundo. La intención nunca confesa de cualquier diario publicado en vida –esto es, corregir de maneras más o menos culposas la posteridad del autor– desaparece musicalmente en este ejercicio de sublime rutina literaria, hecho de situaciones inmóviles que permiten, en cada entrada, intuir, cuando no directamente descubrir, lo elemental de “algo” que sólo puede ser capturado con el agua al cuello. Ejercicio náutico de paciencia, entonces, ensayo sobre la capacidad sintáctica de la flotación, En el estanque trae consigo, en cada cifra de los días que registra, una dimensión que nos distancia permanentemente de esa otra que todos conocemos, y en la que resulta cada vez más difícil no ahogarse entre cosas que no tienen ninguna importancia.



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