martes, 26 de marzo de 2019

Refugio constelar

Extrapolando el lugar común (no por eso menos cierto) de que nadie lee realmente el mismo libro (el sentido se cifra en la mente de cada lector de manera irrepetible), el pensamiento crítico, la disposición singular ante el mundo, se articula siempre a partir de una cartografía de lecturas única. La idea de una constelación como eje rector de un vínculo solidario y con sentido, ha sido el sino de proyectos editoriales que han dado pie a vanguardias, tejido una idea de cultura como la que anhelaba Borges: en todas las latitudes, a través de todos los tiempos. La cartografía personal de lecturas es un testamento del lugar que decidimos asumir en este teatro del absurdo que es la existencia atomizada, individual, carente de relato.

El sentido último detrás de los proyectos editoriales es alcanzar la biblioteca o atraer los ojos de un lector. Incorporarse a la constelación personal que ciñe nuestra identidad interior y exterior. La inmensa mayoría de los proyectos editoriales, librescos o en forma de revista, tienen un sustento nefando en la atracción de capitales privados o públicos que en realidad condenan a la simulación al artefacto artístico: un pérfido y torcido holograma que tergiversa nociones centrales en la vida común como las letras y la libertad, por poner un ejemplo.

Hace ya varias décadas, B. Traven promulgó la muerte de la prensa libre cuando apareció el primer anuncio en un diario alemán. El avance depredador de los aparatos de mercadotecnia, incrustados hoy en día en nuestra cotidianidad de tal forma que nos hemos vuelto todos agentes y consumidores del mercado, ha anulado las posibilidades de establecer circuitos solidarios de búsqueda e intereses comunes. La tiranía de las estadísticas digitales ha atrincherado al contenido de vocación y profundidad, lo único que puede rescatarnos del patíbulo mercantil en el que nos encontramos es la adhesión voluntaria y vocacional a una constelación (editorial, artística, musical y, sobre todo, afectiva). Son las lectoras y los lectores los que en última instancia deben mantener a flote un proyecto editorial. El editor del Acantilado Jaume Vallcorba solía decir que concebía sus libros como cartas de amor a amigos anónimos. Los lectores y las lectoras que coinciden en un libro o en una revista, son los depositarios de esas misivas y son, a la vez, entre sí, cómplices y amigos anónimos.

Debemos ser capaces de sustraernos del asedio y el barullo para mirar, atender y escuchar el sonido justo (Roberto Calasso dixit) que emana de los pocos pero sólidos y urgentes proyectos editoriales constelares, periódicos e impresos.




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