Hace unas semanas prestamos atención a la manera en que Soma ha operado en los últimos años, como un centro educativo independiente organizado por artistas. Vale la pena, ahora, pensar en ese y otros esfuerzos educativos como parte de un fenómeno de alcance internacional. La autogestión educativa artística, que ha cobrado fuerza en México en forma de talleres, seminarios, escuelas de crítica de arte y otras maneras de organizarse entre artistas y otros agentes, tiene también un eco a nivel global.
Críticos como Sam Thorne han explicado esa emergencia a la luz de las nuevas políticas de financiación educativa, que ha dejado a tantos artistas y estudiantes ante panoramas económicamente precarios, que los han orillado a buscar nuevas estrategias de organización. Famosamente se detectó un “giro educativo” en las artes a partir del año 2006, con el ejercicio malogrado de Manifesta 6, que buscaba establecer una escuela de arte en Chipre (que, sin embargo, tuvo secuelas posteriores). Es algo de lo que han hablado críticos como Claire Bishop (autora de Infiernos artificiales, de 2012). Por su parte, Thorne publicó el pasado mes de agosto un libro que a través de entrevistas hace una crónica de la historia reciente de la educación organizada por artistas y colectivos, titulado School: A Recent History of Self-Organized Art Education (el libro analiza casos a partir del año 2000, incluyendo proyectos en ciudades como Londres, Lagos, Los Ángeles, Ramala, Berlín, San Petesburgo y la Ciudad de México). Soma y otros casos mexicanos ejemplifican, en nuestro país, el impacto que ha tenido ese giro educativo, orientado hacia la creación de comunidades y nuevas formas organizativas.
Para la artista y crítica Kimberlee Cordova, “Soma [de la que es egresada] representa un ejemplo interesante de la versión contemporánea de un programa de posgrado de arte alternativo. En ese sentido será un ejemplo importante, tanto para el contexto local como para la comunidad internacional, de lo que este tipo de programas pueden ofrecer y ser. Su decisión de mantener su enfoque en el programa como un espacio que ofrece interacción entre artistas es una táctica muy inteligente a la luz de las corrientes actuales de la academia. Soma aún tiene espacio para crecer, pero por ahora la riqueza de su programa proviene de su compromiso a ofrecer un espacio donde los artistas puedan reunirse. Es algo que se aprecia claramente en la estructura de su programa de verano internacional, en sus residencias, en las conversaciones públicas de los miércoles y en el programa PES. Ahora que se han hecho evidentes los efectos de la inflación de costos administrativos y la progresiva neoliberalización de la academia, ofrecer un espacio para artistas que no está demasiado estructurado parece algo cada vez más radical. Otras políticas, como no exigir estar titulado de un programa de licenciatura o no pedirle a los maestros contar con maestrías, es una respuesta deliberada al contexto social y académico de México, que enriquece aún más al programa. Para los artistas de Soma es el trabajo lo que cuenta”.
Otras comunidades
Por supuesto, existen instituciones educativas formales que ofrecen opciones de posgrado para artistas mexicanos, así como un universo amplio de diplomados y programas educativos a través de museos. El Museo Jumex, por ejemplo, continuamente organiza seminarios de manera paralela a sus exposiciones; el MUAC cuenta con el programa académico Campus Expandido; y la SAPS, de manera más acotada, ahora tiene una convocatoria abierta para los estudiantes interesados en formar parte de la tercera edición de su Escuela de Crítica de Arte). Pero es interesante que, en tándem y a menudo de manera entrelazada, la escena artística mexicana ha desarrollado sus propios espacios de estudio y discusión crítica, mismos que han resultado en comunidades de distintos tipos.
El colectivo Bikini Wax organiza desde hace varios meses grupos de estudio en los que discuten “aspectos históricos y teóricos de las producciones culturales, haciendo énfasis en las producciones visuales. Hasta este momento”, explican, “se ha convertido en una forma de proceso creativo importante para todos los que colaboramos y una forma de producción abierta, que parte de la lectura colectiva y alcanza un momento cognitivo-geométrico-sensitivo”.
Además de las exposiciones organizadas por Bikini Wax desde que se estableció en la Ciudad de México en 2011, el espacio eventualmente organizó los llamados “Domingos de Azotea”, en los que se discutían textos de teoría crítica y que fue evolucionando hasta resultar en lo que ahora se conoce como el Templo de Estudios Sub-críticos. Sobre sus orígenes, explican: “Para que se desarrollara el programa educativo actual se sumaron varios enjambres. Y en efecto, existe una conexión con Domingos Azotea. Sin embargo, de manera casual y paralela, comenzaron a organizarse grupos alternos con intereses específicos. Entre ellos están Arte y Trabajo y Los Yacuzis. En el caso de los Yacuzis, el colectivo nace en Cuernavaca después de que sus miembros participaron en la escuela de crítica de La Tallera, en 2016. A partir de ese momento, comenzó una labor de lectura y discusión de textos, teorías y producciones artísticas (en mayor medida, de la vanguardia y la neovanguardia) de las Américas. En estas sesiones surgió el término de sub-crítica (que algunos autores han confundido y limitado a la “subalternidad”), resultado de un acercamiento a la teoría de la dependencia, a marxismos y heterodoxias latinoamericanas (conceptualismos burbujeantes), y a prácticas creativas derivadas de pseudo-cientificismos, mágico-feudalismos y de la promiscuidad intelectual. Este grupo asume la pedagogía en su vinculación con la curaduría, las sesiones públicas de lecturas (o activación artística de conceptos), la edición de textos y la recuperación (producción) de neologismos críticos”, aspectos que delatan aún más el vínculo original de los Yacuzis con la Escuela de Crítica de Arte de la SAPS, que ha buscado “reposicionar el papel de la crítica en el complejo sistema de producción y difusión del arte contemporáneo”.
La genealogía del grupo Arte y Trabajo, en cambio, se remonta a El valor en el arte, una mesa de discusión sobre las condiciones laborales de los trabajadores del arte contemporáneo, que se celebró en el marco del SITAC XVI (el simposio del Patronato del Arte Contemporáneo, así como las sesiones de discusión que organiza a lo largo del año, también han tenido un impacto significativo en la creación de espacios de discusión entre artistas). En aquella mesa “participaron Daniel Aguilar Ruvalcaba y Alejandro Gómez Arias, ahora miembros de A&T BWEPS. Ahí nos reunimos Mauricio Andrade, Roselin Espinoza, Gustavo Cruz, Bernardo Magdaleno e Israel Urmeer, junto con los ya citados arriba, con la intención de profundizar sobre el tema por lo general poco abordado desde el punto de vista total de la producción, distribución y circulación del arte”.
“Estudiar entristece”
Como el programa y las estrategias de Soma, es sintomático el interés teórico y programático del Templo de Estudios Sub-críticos: devela, de nuevo, que la auto-organización artística pedagógica es una respuesta a la precarización que se vive en ciertas esferas del arte contemporáneo. La reunión de estos grupos de estudio buscó “autodeterminarnos en desobediencia económica y juntarnos ahora con aliados que estuvieran indagando en problemáticas similares. A partir de ahí tuvo lugar la revisión de lecturas compartidas sobre autores marxistas, postmarxistas, decoloniales y feministas. Los intereses que iban de las economías alternativas a las formas de producción inmaterial se unificaron en un grupo de escritura colectiva que tiene como lugares de trabajo los medios digitales simples –que van desde el messenger y los google docs–; ahí se han elaborado textos que han derivado de los objetos de estudio que se desarrollan en el templo –y viceversa”.
Es interesante que la senda que ahora se recorre en este grupo de estudio se acerque, a través de reflexiones sobre afectividades, a los intereses de otros encuentros. Así, si en el Templo “se analiza la producción de imágenes bajo el modo de producción capitalista en su especificidad mexicana de la estructura del sentir” (con tópicos que van de la necropolítica a la manera en que se consume Netflix), en el espacio de reflexión de Zona de Desgaste (donde se organizan seminarios de teoría crítica con énfasis en las artes) no sólo se le da importancia a los discursos teóricos, sino a las comunidades de productores y a sus afectos. A propósito de ese espíritu, la crítica Sandra Sánchez explica: “Hay un lenguaje que se ha ido desarrollando en el campo del arte para referirse al mismo, ese lenguaje está plagado de competencias, objetivos, finalidades, indicadores, y otros sustantivos que permiten demarcar una práctica en común. Los sustantivos nunca me han interesado, los odio un poco. Son un resabio metafísico de una epistemología que siempre nos queda demasiado grande. Antes de manuales, programas y temarios hay situaciones y personas. Así aprendí del dramaturgo Ricardo Díaz, que había otra forma de convocar una clase. Esa experiencia educativa también la viví en lo que fue Campus Expandido (MUAC) en un principio. Si bien había guías y sugerencias de temarios, las clases se iban modificando; a veces nos quedábamos solo en el principio y a veces había mutaciones radicales. Necesidad, no competencia. Ese esquema me funciona. Creo que puede ser muy frustrante no generar promesas educativas en un contexto hasta en donde los afectos se han instrumentalizado, o por lo menos sustantivizado. Comprometerse es distinto a prometer”.
¿Qué tipo de estudiantes o interesados asisten a los seminarios de Zona de Desgaste? “Llegan estudiantes de arte, artistas, curadores, periodistas, arquitectos, músicos, gestores, filósofos casi siempre”, explica Sánchez. “Pero la profesión no importa tanto, sino las ganas, las cosquillas que levanta la sospecha de que se puede establecer una mirada, una coreografía distinta, ese residuo vanguardista lo consideramos y lo estudiamos cuidadosamente. Revisamos los textos a profundidad. Con una obsesión no por desempolvar sus verdades, sino por abrir un campo de juego en el que se de una comunión. Entonces el texto es lo de menos, es el anfitrión de una fiesta que convoca a derivas que se reconfiguran en cada sesión y que para quienes quieran se convierten investigaciones largas. En Zona hay gente que lleva dos meses y otra que lleva dos años. Somos amigos. Van brotando conceptos, los pisamos o los cuidamos. Es una fiesta amarga. Estudiar entristece. Le exigimos al mundo mucho más de su simpleza pusilánime. Pero estar juntos nos da fuerza”.
Una nueva subjetividad
Como la curadora e investigadora Jennifer Teets apuntó recientemente en este texto sobre el SAAS-FEE Summer Institute of Art (una residencia investigativa intensa, con tres semanas de duración, celebrada en Berlín, que tiene vínculos con la European Graduate School), la teoría en torno al capitalismo cognitivo (Franco “Bifo” Berardi es parte de la facultad de este “instituto”) ha resultado en formas interesantes de organización entre la comunidad artística, alrededor del globo. O al menos ha propiciado preguntas clave que también han dado fundamentos conceptuales a la manera de crear nuevos espacios educativos. Teets cita esta pregunta de Moulier Boutang: “¿Podría el arte contemporáneo usar al capitalismo cognitivo como una manera de fomentar una nueva subjetividad crítica? ¿Es posible un colectivo distinto?”
Los miembros del colectivo Bikini Wax, en una experiencia de coordenadas similares, lo pusieron de esta manera: “La intuición como vía de conocimiento. Tenemos intereses individuales que se convierten en colectivos y colectivos que devienen individuales. Algunos temas funcionan, tienen un eco que rebota y regresa, otros temas de estudio no tanto y se dejan para luego. Es un aprendizaje constante, no sólo en los temas o tópicos, sino también la manera de hacer, es decir, de operar una ‘desprogramación’ de un templo de estudios subcríticos, donde el modo de prueba, error, error y error: error probado es clave”.
También Cordova hace eco de estas nociones a propósito de Soma y la manera en que se inserta en el giro educativo de las artes: “En última instancia Soma busca construir una idea completamente nueva sobre cómo abordar la educación artística. Esa es la razón por la que su manera de expresarse sobre sí misma puede ser un poco tímida, como si señalara el hecho de buscar una maestría en el arte sin quererlo necesariamente. Pero es un espacio que es interesante por otras razones. Sus propuestas responden a las necesidades de los estudiantes. Orgánicamente, como una plataforma semi-institucional para la comunidad artística, se encamina hacia una nueva idea de lo que puede y debería ser la educación en arte, en una época en que las ofertas de la academia o están osificadas por la burocracia, vendidas a políticas neoliberales, o sencillamente desfasadas ante las necesidades de los estudiantes en el mundo real”.
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