Entre el acuse de recibo y la visión panorámica esta semana me permitiré darle un vistazo a la manera en que un puñado de editoriales independientes delinean actualmente su espíritu. Es casi una obviedad decirlo pero hay que insistir: en ellas se aprecia mejor la personalidad de sus editores, pues los riesgos son más altos, al menos si los contrastamos con los de las casas ya establecidas o plenamente hundidas bajo el peso de las reglas impuestas por el mercado. Ya he revisado en este espacio el trabajo que han hecho, recientemente, editoriales como Antílope, ya sea en textos narrativos como Opisanie świata de Verónica Stigger (traducido del portugués por Paula Abramo) o en el ensayo Entre un caos de ruinas apenas visibles, de Guillermo Espinosa Estrada. Hay que añadir que en el filo del año pasado la editorial citadina también puso a circular un libro con la traducción de dos ensayos, ambos sobre políticas de género: Habla. Los hombres me explican cosas, de Rebecca Solnit, y La voz pública de las mujeres, de Mary Beard.
La minusvalorada traducción literaria brilla por su centralidad en el trabajo de muchas editoriales independientes. He mencionado en este mismo espacio, también, el caso de Canta Mares y Argonáutica, cuyos catálogos se han construido con firmeza sobre esa disciplina. A propósito, aquí vale la pena dar una noticia editorial: tras la publicación de un volumen de ensayos (el de Verónica Scott Esposito) y uno de narrativa (la colección de relatos de Mark Haber), la regiomontana Argonáutica le da continuidad este año a su trabajo con su incursión en la poesía. Ha lanzado, en edición bilingüe, Alguien vivió aquí, de Aurelia Cortés Peyton, en versión de Robin Myers. Sobrevolando por el lugar común o la atención a lo cotidiano (el volumen puede incluir poemas dedicados tanto a un vocho como a las jacarandas), en su núcleo se encuentra también una preocupación por la mortalidad, como se aprecia en el ciclo de “consideraciones”: “Consideración egocéntrica de la muerte”, “Consideración lucreciana o indiferencia de la muerte”, “Consideración agnóstica”, “Consideración no lucreciana”; pero también más allá, en “Retrato” y en “Resonancia magnética”.
Por su atención singular al diseño editorial así como por su búsqueda de estrategias inventivas para mantenerse a flote, también vale la pena mencionar a la cooperativa Ámbar, de Guadalajara. En su catálogo, a menudo con licencia de Creative Commons, se encuentra un balance. Por un lado, atienden autores nuevos, como en el volumen de textos variopintos Crónicas de un nuevo siglo, de Xel-Ha López Méndez, con un prólogo de Mónica Nepote; o La rebelión de los negros, la primera novela de Javier Raya, una reflexión sobre el régimen estético actual a partir de la figura del escritor fantasma. Por otro lado, la jalisciense también ha lanzado ediciones especiales de textos referenciales, incluyendo Un lance de dados jamás abolirá el azar, de Mallarmé (esta versión bilingüe incluye ensayos de Luis Vicente de Aguinaga, Samuel Bernal y Ángel Ortuño). Recientemente publicaron también una nueva traducción del multi-publicado relato en el que Herman Melville, tal vez involuntariamente, presentó un personaje que habría de encarnar algunas de las contradicciones de nuestra época, Bartleby, el amanuense que no trabaja pero ocupa una oficina en Wall-Street. El título de la edición bilingüe de Ámbar es Bartleby, el escribiente, cuenta con una traducción de Francisco Estrada, un prólogo de Samuel Bernal y un texto introductorio de Enrique Vila-Matas, el principal culpable de la popularidad, aún vigente, de este personaje de Melville.
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