A pesar del éxito de series originales de Hulu (como 11.22.63 o The Handmaid’s Tale) o de la férrea competencia que servicios de transmisión bajo demanda como Amazon Prime, parece que el imperio de las series distribuidas o producidas por Netflix es total (de acuerdo con The Competitive Intelligence Unit, en nuestro país –al margen de que la televisión abierta sigue siendo líder– el año pasado el 79% de los espectadores prefirieron Netflix por encima de otros servicios). Pero vale la pena recordar que, en lo que a series se refiere, hay opciones fuera de Netflix, como prueba American Gods (2017) estrenada el pasado mayo y cuya primera temporada, de ocho capítulos, finalizó en junio. La serie, que puede verse a través de Amazon Prime, fue desarrollada para la televisión por Bryan Fuller –quien creó la estilizada Hannibal, 2013-2015– y Michael Green.
Se trata de una adaptación de la novela homónima –publicada en junio de 2001– del escritor inglés Neil Gaiman, quien funge como productor ejecutivo. La premisa es sencilla: como en la Ilíada o en la Odisea, los dioses viven entre los hombres y comparten con ellos sus flaquezas y conflictos; su atractivo es que hay dioses antiguos, dados a la violencia, que intentan sobrevivir ante la popularidad de nuevos y más astutos dioses. Pero la historia avanza en clave de road movie por la América profunda, desde el punto de vista de una pareja dispareja: un dios, Wednesday, y el héroe humano, Shadow, un exconvicto que ha acordado trabajar como guardaespaldas para la deidad.
La novela, que ha gozado de cierta popularidad entre lectores de ciencia ficción y fantasía (obtuvo el premio Hugo y el Nebula en 2002), ya se sentía en algunos aspectos fechada –el protagonista, Shadow, no tenía problemas, por ejemplo, para cambiar un vuelo, a pesar de que bromeaba con que no llevaba bombas consigo… Pero la adaptación da cuenta del conflictivo nuevo paisaje político de los Estados Unidos: no sólo subraya, por ejemplo, las murallas de burocracia que ahora implica viajar por avión, sino que retoma los aspectos raciales que apenas se sugerían en la novela de Gaiman. También se ha ocupado de añadir nuevas deidades que no se encontraban en la novela (con venia de Gaiman), cosa que le ha permitido deleitarse en el imperio de los medios y la tecnología, pero también en las representaciones violentas (siempre en cámara lenta), como parece exigir la norma impuesta por Game of Thrones y a la que otras series de fantasía y ciencia ficción se han adherido con fidelidad, como Westworld.
Aunque para algunos resultará intrigante la manera en la que se adapta a la televisión la novela de Gaiman, la serie puede sentirse formulaica y, a ratos, derivativa (sus créditos de inicio –creados por Elastic, el mismo estudio que creó los de Game of Thrones, True Detective y The Crown– recuerdan, sospechosamente, los que el estudio Blur hizo para la versión norteamericana de La chica del dragón tatuado). Aún así, al parecer la fórmula funciona: su segunda temporada se estrenará en 2018.
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