Los lectores que estuvieron pendientes de las listas donde se enumeraron los libros más sobresalientes del año pasado habrán notado que en varias se incluyó Solenoide (2015), la novela del escritor rumano Mircea Cărtărescu que Impedimenta puso a circular. A pesar del entusiasmo que necesariamente se desprenden de las listas de fin de año, debe decirse que el libro, escrito con una prosa hipnótica, engañosamente clara, se resiste a las dinámicas de las mesas de novedades, o al de las columnas –para el caso– en las que un lector atribulado hace lo posible para recomendar, semana a semana, algún libro interesante (el volumen, dividido en cuatro partes, casi alcanza las 800 páginas en la versión de la editorial madrileña).
A pesar de la siempre sospechosa unanimidad que reconoció a Solenoide como un libro significativo, se trata de un volumen atípico para el jurado más o menos incompetente que usualmente opta por celebrar novelas de tramas arrebatadoras o con temas que importan por su pertinencia coyuntural. Solenoide, en cambio, parece resistirse a su trama –el narrador es un escritor frustrado, obsesionado con su rica vida interior– aunque ocasionalmente cede a guiños de ciencia ficción con aires de misticismo. No se trata, pues, de otro título fácil de consumir y digerir que, para colmo, nos premia con algún mensaje humanista. Hay en ella, es cierto, ideas, pero Solenoide logra ante todo una atmósfera pesimista, opresiva, pero a la vez ligera, desinteresada por los sufrimientos humanos pero fascinada por la manera en que avanza un relato; la voz que le da forma, insistente y al mismo tiempo desapegada, prefiere mirarse el ombligo (como ocurre, a menudo, literalmente): así, en la novela, se recorre un mapa interior que bien puede ir en reversa hacia recuerdos de infancia o deseos de juventud, hacia dentro para desarrollar teorías o confesar manías (o reportar anomalías), o hacia el duro presente, para dar cuentas de anécdotas e impresiones. En este sentido, la novela de Cărtărescu sigue el modelo de la autobiografía (en entrevistas, el rumano ha señalado que el libro puede rastrearse hasta sus diario y nocturnario con los que ha registrado su vida desde los diecisiete años), pero apenas deslizada un poco a la izquierda, para dar cuenta también de elementos extraños o misteriosos.
Del libro se puede, al menos, sospechar que alimenta un mito: el escritor auténticamente natural, que sencillamente secreta un relato, como si se tratara de un gusano. No en vano el narrador insiste tanto en que no se trata de un escritor profesional, y que sólo escribe porque sí, para dar cuenta de una vida cualquiera pero que está pendiente de las raras señales que captan sus antenas, provenientes de un mundo velado. Y en efecto, el escritor “frustrado” (que, sin embargo, escribe) que narra este libro, comparte algunos datos biográficos con Cărtărescu, quien también fue un simple profesor y también escribió en su juventud un largo poema titulado La caída –el inicio de una carrera que, en el libro, sin embargo, se queda trunca, o al menos recorre otra senda, más extraña e interesante. Esa pregunta por la vía salvífica que ofrece la literatura, en clave bizarra, es uno de los puntos de contacto que tiene Solenoide con la obra de Kafka (por no hablar de las alusiones explícitas a sus diarios o la metamorfosis que tiene lugar en la novela).
Como otras obras de Cărtărescu publicadas por Impedimenta, esta novela fue traducida por Marian Ochoa de Eribe, quien actualmente prepara una versión de la trilogía Cegador (1996-2007).
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