miércoles, 4 de abril de 2018

El exorcismo de Thelma

La maldición de Thelma (2017), de Joachim Trier, puede verse ahora en salas de la Cineteca Nacional como parte de la 64 Muestra Internacional, pero también en cartelera comercial de distintas cadenas. La cinta noruega aprovecha los códigos del cine de horror y fantasía, especialmente los que se han minado desde que impactaron en la pantalla grande a través de El exorcista (1973), el clásico de William Friedkin, pero también de cintas notables recientes, como Déjame entrar (2008, Tomas Alfredson). Como en muchas películas sobre exorcismos, también en La maldición de Thelma vemos contorsiones, el via crucis médico que intenta descartar científicamente la posesión, sueños inquietantes, animales alterados e incluso levitaciones. Pero si en el cine el relato de la posesión ha aprovechado estrategias narrativas provenientes de los dramas procedimentales (El exorcismo de Emily Rose, 2005) o del documental (El último exorcismo, 2010), en el filme de Trier parece más bien que este subgénero del horror se ha utilizado para hacer de una historia de ciencia ficción un relato intimista y ambiguo.

Algo similar ocurrió en Midnight Special (2016), de Jeff Nichols: lo que parecía una historia sobre una extraña secta que se reúne en torno a un joven mesías, resulta ser una cinta de persecución y ciencia ficción, como lo fueron Telépatas, mentes destructoras (Scanners, 1981) o Llamas de venganza (Firestarter, 1984), películas de segundo orden pero cuya imaginería aún tiene influencia en el cine y la televisión –como puede verse en las narices sangrantes de los telépatas que aparecen en la serie Stranger Things y ahora en La maldición de Thelma.

Si se han arriesgado interpretaciones de El exorcista que lo presentan como un filme sobre el horror que supone estar al cuidado de un púber durante su despertar sexual, el filme de Trier parece no presentar tantos riesgos. La trama se dispara, precisamente, cuando Thelma (Eilie Harboe), una joven cristiana conservadora, se enfrenta a lo que ha reprimido, sexual y socialmente. Aquí es donde mejor se aprecia que se trata de un filme de Trier, quien le da su debida importancia al flashback (¿pero se tratan siempre de flashbacks?; la potencia que esconde Thelma nos hace dudar de lo que vemos), y a las imágenes que se suceden (como quien revisa catálogos de Google) cuando la protagonista indaga en la supuesta epilepsia psicógena que le han diagnosticado.

El encuentro de todas estas fuentes –el horror, el retrato intimista y la ciencia ficción hacia el último acto (acentuada por la entrada, en la banda sonora, de sintetizadores)– hacen de La maldición de Thelma una cinta lo suficientemente ambigua como para permitirse reflexiones que se acercan a lo teológico (en su corazón se encuentra una pregunta sobre las distintas formas que adopta el amor verdadero). Es interesante que en la Muestra también se encuentre programada Lucky (2017, John Carrol Lynch). Al margen de que se trata del último filme protagonizado por Harry Dean Stanton, también esta cinta se plantea preguntas teológicas (o, con mayor precisión, ateas), si bien lo hace desde coordenadas completamente distintas.



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