lunes, 11 de diciembre de 2017

Otras maneras de reír

Toda piedra tallada es poderosa; el primer cuchillo guarda un misterio, la primera punta de lanza. Darle forma a un mineral tiene algo de sacrílego, atenta contra la naturaleza pero al mismo tiempo nos permite tener acceso a la divinidad”, escribe Guillermo Espinosa Estrada en Entre un caos de ruinas apenas visibles (publicado este año por Antílope), su ensayo en el que continúa explorando la idea fija a la que ya le había dado vueltas en La sonrisa de la desilusión, que publicó Tumbona en 2011. Como una piedra a la que se le saca filo, debe decirse que esta segunda exploración en varios sentidos esquiva la tradición del ensayo anglosajón (ocurrente, ingenioso, pero también obligado a ciertos ritmos y concesiones; una tradición demasiado recorrida, que casi necesariamente hace estaciones en el testimonio personal). Pero le es fiel en un sentido clave: sigue recorriendo el universo humanista de los humores (explorando una inquietante zona gris, ubicada entre la melancolía y la alegría).

Si en La sonrisa de la desilusión Espinosa hizo un recorrido por distintos momentos de su biografía para desarrollar aristas sobre el humor y lo cómico, en Entre un caos… se descubre una tesis: existe una conmovedora cercanía entre la comedia, o mejor dicho, la risa (y su historia en la cultura grecolatina clásica) y el rito funerario. La cita sigue: “Tengo la impresión de que este hechizo se perpetúa en las lápidas de los cementerios: grabar nuestro nombre en la piedra como una forma de inmortalidad, una última apuesta por la trascendencia. Por ello cualquier escultura es en esencia mágica: conforma una realidad paralela donde lo esculpido deja de ser roca y se transforma en algo más, en algo esencialmente sagrado”.

Aunque comparten tema, la forma del ensayo Entre un caos… se opone a la manera más bien tradicional de La sonrisa de la desilusión (donde se reúnen doce ensayos breves). Acá, en cambio, leemos lo que parece un cuaderno de lugares comunes, o una serie de notas para un estudio futuro; pero sólo es un camuflaje (que, con todo, recuerda el tono apocalíptico de la tetralogía tardía de David Markson, que no sólo es un recorrido por las cimas y simas de la historia del pensamiento, sino por las desgarradoras historias de lectores y escritores incapacitados). Los fragmentos de Espinosa rastrean las menciones y posibles descripciones de la estatua erigida al dios espartano de la risa, Gelos (y sus secuelas en el mundo romano, a través del dios Risus); pero también algunos momentos clave en la vida de cuatro filólogos: Ernst Robert Curtius, Wilhelm Jaeger, Erich Auerbach y Walter Benjamin. La selección de los filólogos parece un listado de héroes morales pero, me temo, también refleja un siniestro paralelismo con nuestra terrible época: los cuatro se enfrentaron a sendos proyectos de excavación cultural precisamente en un momento de estatura apocalíptica. ¿Y no vivimos un momento parecido? Y de ser así, ¿qué sentido tiene hacer una exploración entre las ruinas del mundo clásico a la búsqueda del que parece ser un dios menor? En Espinosa, los motivos de esta pregunta recuerdan uno de los ensayos de La sonrisa de la desilusión, “Teoría de la comicidad relativa”, en el que ya se reflexionaba sobre la cercanía entre lo cómico y la indignación. ¿Cuándo es apropiado hacer un chiste sobre una catástrofe? Y si la catástrofe, encima, es personal, ¿qué puede lograr la risa?

En Entre un caos de ruinas apenas visibles se ensaya de manera inventiva sobre un descubrimiento, y es que la muerte (la calaca) también ríe, en un gesto más sacro que cómico. Se formula, también, una esperanza: en un sentido sagrado, la risa (incluso la provocada por gestos “vulgares”) también puede ser regenerativa, en un sentido profundo. Ahora que cunde el humor sarcástico, la risa fácil del entretenimiento o de terapia barata, es extrañamente refrescante el recordatorio de otras maneras de reír.

Entre un caos de ruinas apenas visibles, Guillermo Espinosa Estrada, Antílope, México, 2017



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