jueves, 21 de diciembre de 2017

Chimalhuacán con escudero

Con miedo descubro el miedo con el que muchos capitalinos deciden no descubrir su ciudad, no vaya a ser que les pase algo si toman un taxi en la calle, se meten a tal o cual colonia o usan el metro, por decir. Una lástima estas creencias que a la larga producen ensimismamiento y de las cuales se abusa en no pocos medios de comunicación. Es verdad que la inseguridad ha cundido en tiempos recientes en la Ciudad de México. No extraña con gobernantes capaces de reemplazar un centro de acopio por un escenario después de un terremoto, gente que nos quiere ver la cara de votantes. Comoquiera se vuelve necesario perderle el miedo a explorar los cuatro rumbos de esta llamada mancha urbana porque es nuestra, y no olvidarnos del oriente, bien manchado y bien urbano. Y esto incluye la Zona Metropolitana.

Quedo de verme con Tamara en Pantitlán, antiguo remolino de agua famosamente señalado con banderas, para dirigirnos hacia un chipote al norte de la península de Iztapalapa que de antaño se denomina Chimalhuacán: “Donde están los poseedores de escudos”. Vaya sorpresa dar con el cronista municipal, Fernando Tomás González Valverde, de ochenta años, y treinta y cinco como pescador en el lago (“captura de mosco”, leemos en su permiso de 1963). Lo primero es mostrarnos la zona arqueológica, en buen estado de conservación y pródiga en tepalcates entre edificio y edificio. El cráneo del Hombre de Chimalhuacán, al interior del museo de sitio, es su pieza más importante: de unos once mil años, de lo más viejo en esta parte del continente. Luego visitamos la parroquia dedicada a Santo Domingo de Guzmán, muy vieja, aunque no tanto como la iglesia del otro Chimalhuacán, en Ozumba. Para allá iremos en otra ocasión, hoy toca concentrarnos en este vetusto poblado de canteros, pescadores y comparsas (Los Calaveras la más conocida), de pochotes y aceitunas, de tacos de cecina enchilada en los portales.

Y del Guerrero Chimalli. A Tamara le encanta esta estatua monumental, nuevo símbolo de identidad, acompañada de un generoso espacio público. Subimos al mirador: hacia allá queda Texcoco y del otro lado nuestras casas, cuánta gente vive por aquí, el montón de viviendas alrededor, casi ninguna más alta que otra, todo muy bien trazado y, ah, qué bello atardecer se mira, pero, ay, qué preocupante la Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres que se activó en el municipio hace un par de años. Desde las alturas ya extrañamos a nuestro escudero Fernando Tomás, quien terminó de agasajarnos esta tarde con la cereza en el pastel, como él describe el novísimo Museo Chimaltonalli y que para nosotros constituyó un pastel entero. Los entusiastas de nuestra historia tienen que recorrerlo, sobre todo por los objetos que donaron los chimalhuaquenses: las fotos en blanco y negro, la sinfonola de los años cincuenta (“dispuesta para recreación de los locales en la nevería El Barrilito”), los utensilios para la pesca, los trajes de carnaval… Esto en un antiguo molino restaurado.

La verdadera cereza de la excursión es el mensaje de César Rodríguez que recibí en Instagram al día siguiente: “Qué bueno que se dieron un paseo por mi pueblo, ojalá se lleven una buena imagen porque los medios siempre hablan pestes de nosotros, pero la realidad es otra. Hace diecisiete años las cosas cambiaron para bien, antes vivíamos en la marginación y ahora estamos forjando una nueva historia. Están invitados para venir en la época de carnavales”.

¡Aceptamos!

Jueves 21 de diciembre de 2017



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