La propuesta de la compañía Naif Sicodelia, de la que Pepe Romero es director y fundador, retoma un acto de represión ocurrido en 1981. Al término de la función de Cúcara y Mácara, obra de Óscar Liera, en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón, un grupo de choque atacó a los actores que conformaban el elenco de la pieza. La obra de Liera, cuyos personajes eran sacerdotes, incomodó al clero en su día por su crítica de la institución católica. Fancy Lupe, que subvierte la iconografía religiosa para reflexionar sobre el fanatismo, la violencia y la represión, se ha desbordado: sus intereses se han expandido y potenciado, como explica en esta entrevista Pepe Romero.
¿Cuál es la estrategia estética que se sigue para llevar a escena Fancy Lupe?
La inmersión de la ficción dentro de la realidad y la realidad dentro de la ficción es la estrategia principal. En la compañía no estamos enfocados al teatro dramático ni narrativo, nos interesa lo que oscila entre el performance y el teatro: el teatro posdramático. Tiene que ver con la no creación de personajes, con la visibilidad de la realidad dentro del momento de la puesta en escena y, también, el preciosismo.
Fancy Lupe se ha presentado varias veces desde su creación en 2004, ¿cuál es el interés de mantener en circulación la pieza?
La pieza se basa en un símbolo principal que es Fancy Lupe, una reinterpretación de la Virgen de Guadalupe y de la virgen de Siquitibum, de Óscar Liera. A partir de eso se desarrollan tres líneas principales: el atentado en 1981 a la Compañía Teatral Veracruzana durante la representación de Cúcara y mácara, los movimientos actuales de represión en contra de las personas sexodiversas, a favor de la familia natural, y la organización nacional del yunque, que es una secta de ultraderecha que está latente en ciertas esferas políticas del país. Este contexto, que es similar al de otros países, da para continuar con la pieza, para seguir alzando la voz y hablar de cómo se está germinando un estado de violencia y de choque contra ciertos grupos y personas, que va desde lo intelectual hasta lo físico.
Estamos entrando en una nueva etapa. La muerte de Alan Balthazar, que interpretó a Fancy Lupe, y en torno a quien se desarrolló la imagen de la virgen, sucedió hace tres meses y ahora le rendimos homenaje. Una complicación de VIH le quitó la vida en cinco días. Queremos denunciar que en esta época nadie debería morir a causa del VIH, que existe un problema en los sistemas de salud en México que no cuentan con los medicamentos para salvarle la vida a las personas. Nosotros, sus amigos y compañeros, nos movilizamos para comprar lo que él necesitaba, aunque los medicamentos no le fueron suministrados por decisión de su familia. Los estigmas y el miedo matan, el pensamiento derechista, radical y católico es muy peligroso. Su fallecimiento fue muy impactante para todos nosotros.
Es difícil hablar de la muerte, de la ausencia en el teatro, porque éste trabaja con cuerpos vivos, presentes, al igual que el performance. Lo que estamos haciendo es desarrollar la ausencia, luchando porque la imagen de Alan continúe en la obra. Estamos jugando con el anonimato de la gestualidad en el escenario. Nancy Lupe ahora es un personaje anónimo, cubierto. Alberto Perera, que se interpreta a sí mismo, por otro lado, es un nuevo personaje en la pieza.
¿De qué forma ha mutado Fancy Lupe, qué es lo que ofrece al público que ha seguido su desarrollo y al que no la conoce?
Desde la primera función en Cine Tonalá, en 2014, la pieza se ha ido expandiendo. A lo largo de este tiempo hemos buscado salir de la sala de teatro convencional para explorar otros lugares, para presentarla ante otras audiencias que normalmente no asisten al teatro contemporáneo o posdramático, que llega a un grupo muy selecto. La pieza se ha expandido hacia la moda, hacia el arte contemporáneo, hacia la música electrónica. Por ejemplo, este año estuvimos en el Festival Nrmal donde realizamos un altar de sacrificio a la Virgen de Siquitibum donde la gente escuchaba información sobre el atentado de 1981. El set musical, realizado por Mexican Jihad, se desarrolló como una pieza musical autónoma. También se creó un mezcal, el agua bendita del país de Siquitibum, una colección de veinticinco piezas de ilustración y arte digital que fueron encomendadas a distintos artistas que reinterpretaron la imagen de Fancy Lupe. Este año realizamos dos exposiciones: en Centro Horizontal y en casa Picnic. Las piezas de vestuario, realizadas por Bárbara Sánchez-Kane, se presentaron en el Fashion Week de este año.
“En México es difícil que los espacios dedicados al arte contemporáneo acepten propuestas teatrales. Me parece que se debe al aferramiento a la materia”
¿Existen diferencias importantes con respecto al lugar donde se ha presentado la obra?
Espacial y arquitectónicamente siempre difiere, cada lugar tiene sus procesos. Vamos a entrar al Museo Tamayo, a su auditorio, y es interesante que el espacio acepte esta propuesta, ya que muchas veces no se piensa en el teatro como un área del arte contemporáneo. En México es difícil que los espacios dedicados al arte contemporáneo acepten propuestas teatrales. Me parece que se debe al aferramiento a la materia. El teatro es el arte más democrático. No se puede comprar para ponerlo en una sala, es una experiencia, desaparece, no se capitaliza de la forma más absurda no lo puedes colgar en tu casa, por ejemplo. Como compañía buscamos una producción física, por supuesto, pero la pieza resiste en sí misma. Sucede y desaparece.
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