viernes, 15 de diciembre de 2017

Derivas de la iconografía

En un país altamente pictográfico como México, no es difícil encontrarse en medio de un maremágnum de símbolos, diseños, letras, logotipos y heráldica. No obstante dentro de este universo podemos rastrear influencias, derivaciones y nobles intentos por formar nueva iconografía o actualizar las ya tradicionales.

La Ciudad de México, antes Distrito Federal, ha utilizado la identificación por medio de pictogramas desde tiempos prehispánicos. En la segunda mitad de la década de 1970 se reformularon los pictogramas ya existentes y se crearon nuevos para las delegaciones –cuyos territorios recién se habían definido con respecto a los municipios circundantes del Estado de México– que no contaban con un símbolo propio.

Los dieciséis pictogramas delegacionales respondieron al diseño gráfico de su momento histórico, fuertemente influenciados por los diseños de los Juegos Olímpicos de México 1968 y los de las tres primeras líneas del STC Metro, creados entre 1969 y 1971 por el equipo que encabezó Lance Wyman.

El nuevo diseño de los pictogramas delegacionales y la reformulación de los ya existentes dio como resultado un inconexo cúmulo de símbolos, algunos apelando literalmente a sus nombres (Coyoacán, Cuauhtémoc), otros reinterpretaron por completo los pictogramas prehispánicos (Xochimilco, Iztacalco). En algunos casos se usó tipografía y en otros, como el de Azcapotzalco, se retomaron símbolos arquetípicos como la hormiga tepaneca que devino en diseño institucional, formado por las letras del Departamento del Distrito Federal (DDF); otros ejemplos señalan cómo los pictogramas prehispánicos se deformaron a tal grado de ser irreconocibles (Milpa Alta) o ejercicios gráficos cuya comunicación era nula (Álvaro Obregón).

La vida de estos pictogramas fue relativamente corta: hacia la década de 1990 fueron nuevamente rediseñados, alejándose del diseño gráfico hegemónico de las regencias del DF y rescatando los rasgos simples, tanto en los nombres de héroes republicanos como prehispánicos, e incluso creando nuevos emblemas en el lenguaje pictográfico del tlacuilo.

De este primer ejercicio topográfico delegacional podemos deducir que no se trata de un solo diseñador sino de varios trabajando de forma independientes, ya que los emblemas no guardan prácticamente ninguna cohesión uno con otro. Se puede ver, también, cierta libertad gráfica intra-delegacional, tal vez producto del desdén y el desgobierno; no obstante podemos identificar pictogramas que por más rediseñados que hayan sido, siguen vigentes hasta nuestros días: Coyoacán ha conservado el mismo símbolo prácticamente desde su fundación.

Hoy en día, en el que la Ciudad de México a veces cuida en exceso su imagen, y en otras tantas agrede su propia identidad gráfica urbana, hay que reconocer que ya desde hace un buen tiempo se ha tratado de ordenar gráficamente el inmenso espacio que la capital del país representa. A veces estos ejercicios han sido afortunados, otras tantas no.



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