jueves, 7 de diciembre de 2017

Como Reyes en Madrid

No muchos se acuerdan de Cartones de Madrid de Alfonso Reyes a un siglo de su aparición como libro (capítulos sueltos habían aparecido antes en publicaciones de La Habana y Nueva York), lo inferimos por lo difícil de conseguir un ejemplar en esta capital, incluso de la edición prologada e ilustrada por Jorge F. Hernández el año pasado. Nosotros compramos uno de Hiperión, sin fecha, a doscientos pesos, usado, y andamos fascinados. Un tiempo hubimos de consultar en las Obras completas del Fondo de Cultura Económica, disponibles en varias bibliotecas, en busca de inspiración. ¡Con tal elegancia describiéramos los cronistas urbanos! Una clave es obsequiada en la presentación del librito, firmada por el autor en mayo de 1917: “Consideren mis amigos que muchas de estas notas están hechas a medianoche, rodando solo por esas posadas de Madrid, sin saber a lo que había venido y bajo el recuerdo de las cosas lejanas”. Tan joven el regiomontano y ya bien claras sus ideas.

¿Serán pertinentes aquí y ahora sentencias como la siguiente? “Cierto: hay una casta de hombres para quienes la ciudad en que viven no tiene existencia real, ni la calle donde está su casa, ni aun su casa misma. Han perdido los ojos (…) Saben que hay causas, productos y seres sociales; pero nunca saben lo que sabía Mesonero Romanos: que su barbero se llama Pedro Correa y es natural de Parla, tiene veintidós años, y su padre era sacristán del pueblo. No son curiosos. Posible es que lleguen a escribir buenos libros, pero su trato personal será siempre cosa abominable.” Esto lo leemos en un cartón dedicado al insigne cantor de la villa y corte. Y remata Reyes: “Aún es posible dar con el Madrid de Mesonero Romanos (…) lo ampara su buen genio; perdura”. Lo cual hace que volteemos hacia el referido cronista, quien deja consignado en 1837: “Doy por supuesto que todos mis lectores conocen lo que es pasar una noche en un alegre salón saboreando las dulzuras del carnaval”. Lo que termina dirigiendo, digiriendo, nuestra atención, claro que sí, hacia la vigesémica, vigentísima, Gloria Fuertes: “Nací en Madrid, soy gata. / Soy gata neta y nata”. Y etcétera.

¿Qué romántico mexiqueño no ha sucumbido alguna vez ante los misterios matritenses, la sangre licuada de San Pantaleón, los huevos rotos de la Cava Baja, la basílica de San Francisco el Grande, los colores locales de Galdós, la sensibilidad de Los Punsetes o Vainica Doble, la locuaz manolería de Lavapiés, ciertas escenas de Álex de la Iglesia y de Almodóvar? Y cortos de vistas, de vistillas, se quedarían allá, cerca del oso y el madroño, de no tomar en cuenta a nuestros águila y nopal, castizos emblemas de una ciudad bien mora y antigua, castellano altépetl con los quevedos de Tláloc, centro del universo mexica y mexicano, con más iglesias que Antequera, menos bares que entre Antón Martín y Atocha, acaso el mayor número de carnavales del país. ¿Lo hacemos nosotros cotidianamente?, ¿amamos México como amó Reyes Madrid, a medianoche, rodando solos, sin saber, bajo el recuerdo, o cómo?

Jueves 7 de diciembre de 2017



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