lunes, 11 de septiembre de 2017

Cultura y política en Querétaro

La edición más reciente del Hay Festival Querétaro, que finalizó el día de ayer, reflejó el curioso momento por el que pasa la cultura. Aquí mismo hemos atendido ya el entusiasmo que ha depositado la industria editorial (y cierto público) en géneros que permiten cercanía entre el periodismo y la literatura. Y, como anunciamos días antes de la inauguración del festival, el programa de este año hizo énfasis en la presencia del periodistas y activistas. Es cierto: hubo, también, muchos espacios dedicados a escritores (y no sólo narradores), artistas, científicos y músicos.

 

Vale la pena señalar la importancia que se le dio a una de las figuras que más sufren en el panorama cultural contemporáneo: el editor. En el marco del festival se celebró (durante el jueves y el viernes) la séptima edición del Encuentro de Talento Editorial, que aunque contó con representantes de instituciones ya establecidas pareció optar por darle la palabra a editores independientes latinoamericanos (incluyendo a quienes han publicado, desde distintas latitudes, a varios de los autores seleccionados en el Bogotá 39-2017). La sede de ese encuentro, la Galería Libertad, también organizó una pequeña feria en la que participaron editoriales locales como Calygramma, El caminante, Grupo Editorial Eólica, Gris Tormenta, Gold Rain, Herring Publishers, La Mirada Salvaje, Montea, Ravarena, Taller Sé y la revista Mimus Polyglottos. Incluso ante un programa pequeño pero cuidado como el del Hay, ese encuentro y esa feria editorial se sintieron como un respiro.

 

Porque ¿no es abrumador, a veces, asistir a un festival cultural en el que participan grandes consorcios editoriales, en el que hay una buena relación entre la marca internacional, la secretaría de turismo local y la inversión privada? Si a eso se le suma la práctica típicamente mexicana que lima asperezas o comparte chismes entre cocteles y fiestas con barra libre, uno comienza a advertir cómo la cultura deja de ser un espacio volátil, tenso y crítico, para acercarse más al mundo sin fricciones del comercio. ¿Qué lugar ocupa el escritor, que en principio trabaja a solas en una habitación, en un festival de este tipo? “De pronto puede ser un poco nebulosa la frontera entre la promoción comercial y la difusión cultural”, señala Antonio Ortuño, quien participó en esta edición con distintas charlas (para presentar su nuevo libro de cuentos, La vaga ambición, por un lado, o para conversar en público con Emiliano Monge y Fernanda Melchor). “Tendríamos que discutir la necesidad de que el autor vaya y hable de frente con la gente y eventualmente en los mínimos espacios de preguntas con el público. Pero al menos a mí, como parte del público, sí me interesa oír hablar a ciertos autores. La gente que asiste a estos eventos tiene interés en lo que vaya a decir o divagar el autor. No lo veo como algo necesariamente nefasto. Tal vez mucho de lo que rodea a los festivales termina siendo como una especie de humareda que oscurece la finalidad, que es la difusión cultural. Claro, la escritura no tiene una proyección directa con el espectáculo, cosa que puede tener la danza o la música, y resulta un poco extraño: generalmente los autores no leen en público lo que han escrito, sino que se termina hablando de otras cosas, como la realidad nacional o cosas por el estilo. Pero en el fondo creo que de lo que se trata es la posibilidad de tener una charla inteligente entre escritores, y hay gente a la que eso le interesa. No llego a entender muy bien esa especie de puritanismo, como si escribir fuese una especie de pacto para ser un monje capuchino y vivir en el silencio del retiro y comer camarones, semillas y gusanos. Al menos yo no firmé ese pacto. En diversos festivales he tenido la oportunidad de oír hablar a Rubem Fonseca, Antonio Lobo Antunes, Fernando Vallejo. Charlas que han sido significativas para mí”.

 

Es cierto: este año, como ya anunciamos días antes, el festival contó en su programa con autores que no han dejado de resultar interesantes para el público internacional, como César Aira (quien este miércoles se presentará en la Ciudad de México en compañía de Luis Jorge Boone y Martín Solares), o Lionel Shriver, cuya novela más reciente traducida a nuestra lengua es Los Mandible. Una familia: 2029-2047. Pero es inevitable recordar la disparidad que hay entre el trabajo singular de los escritores de literatura (algunos de ellos, intelectuales públicos) y el trabajo de activistas políticos o periodistas. Acercarlos a través de la cultura, ¿no implica un riesgo? “Se despolitiza un poco la labor de todos. La política que puede haber en la literatura es particular. Empezando porque, digamos, a un nivel de rating arriesgar la vida, que es lo que realmente ocurre con los periodistas, no tiene que ver con el poeta que escribe desde su casa un buen, mal o regular poema”, apunta Luis Felipe Fabre. “Parecería que la moralidad y la verdad acompañan al periodista en detrimento de lo que haría un escritor, pero es un error de perspectiva. No tendría que competir una cosa con la otra. Es sólo algo que salta a la vista cuando los pones en un mismo espacio. Ahora, tengo la sensación de que no es algo particular del Hay sino de un síntoma de algo más grande: estamos viviendo en tiempos muy interesantes en relación a los límites entre realidad y ficción. ¿Dónde está una cosa y dónde está la otra? El fenómeno que he estado observando es que ahora hay consumidores de realidad: la gente quiere esa emoción extra en su vida. Tal vez en parte esto tenga que ver con que el premio Nobel de hace un par de años haya sido para Svetlana Aleksiévich, lo cual fue para bien, pues vuelve a poner en crisis las preguntas sobre lo que es o no literario. Pero responde a la especificidad de la realidad: hay una necesidad de consumirla como si fuera ficción, pero ante ella, extrañamente, la ficción es una frivolidad, un escapismo, una exquisitez que no toca lo real. Pareciera que el mandato para quienes generan arte es que se encarguen de la realidad”.

 

Los distintos embates que ha padecido el periodismo, a escala internacional, parecen haber sido uno de los hilos conductores de esta edición del Hay (en la que también participaron Jon Lee Anderson, Mark Thompson o Lydia Cacho, por mencionar a algunos periodistas), sencillamente por tratarse de un tema actual. Y aunque el Hay en su edición mexicana le ha dado atención extra en su programación, no es exactamente lo que lo distingue, como señala Ortuño: “Desde luego el Hay es un festival diferente porque se importa a América Latina. Se ha implantado y ha sido, por las circunstancias mexicanas, casi un festival itinerante. Ahora parece que se quedará un rato en Querétaro pero antes de eso estuvo en Zacatecas. Tristemente en México parte de la promoción cultural está amarrada a los trienios y sexenios y la inversión estatal. La empresa privada mexicana es increíblemente ciega y mezquina para invertir en el medio cultural. Sencillamente no le interesa. Eso también lo distingue de otras ediciones del Hay Festival, hay mucha mayor presencia de la industria privada y menos de las autoridades institucionales. En contraste, una feria como la FIL siempre ocurrirá en Guadalajara. No tiene esa condición itinerante. Es muy grande, compleja, con un programa académico, con área de exhibición de libros, es otra cosa. Esto es un festival cultural y creo que no es el único espacio donde se da ese diálogo entre escritores, periodistas y activistas, pero me parece que ha apostado por un programa pequeño pero muy seleccionado”.



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