lunes, 2 de abril de 2018

De la seducción al repudio

Circula en librerías y encuentros arquitectónicos mexicanas (como en la mesa de libros que se montó en el Metropolitan durante la última edición de Mextrópoli) Queríamos un Calatrava, de Llàtzer Moix, publicado originalmente a finales de 2016. Evidentemente, como su título indica, se trata de un texto que interesará especialmente a quienes, por un lado, busquen dar con las razones por las que la estrella de Calatrava ascendiera y descendiera a nivel internacional en cosa de décadas; y por otro, a quienes estén interesados en un caso singular del sistema espectacular que cambió el paisaje de tantas ciudades alrededor del mundo. Aunque el libro presta especial atención a las extrañas maneras que tiene el arquitecto español para trabajar (se subtitula “Viajes arquitectónicos por la seducción y el repudio”), también sirve como un botón de muestra de otro aspecto del antes celebrado “efecto Guggenheim”, y uno muy efectivo considerando que Calatrava también hizo construcciones, no tan afortunadas, en Bilbao.

El libro de Moix está conformado a partir de testimonios de antiguos colaboradores del arquitecto español –cosa que da pie a anécdotas interesantes, a veces jugosas–; datos duros, reportajes sobre su tendencia a la derivación o la rivalidad con figuras como Norman Foster, así como crónicas de visitas recientes a las construcciones revisadas (en Atenas, Malmö, Milwaukee, Nueva York, pero también en las localidades españolas donde aún se resiente el paso de Calatrava, como Bilbao, Sevilla, Barcelona, Madrid, Oviedo y, especialmente, Valencia). Otro atractivo del libro, que tal vez se encuentre al margen de su objeto de estudio, es que podría interesar a quienes busquen un ejemplo sobre los alcances que puede tener el periodismo cultural. Moix escribe desde las trincheras de la prensa periódica (específicamente, desde La Vanguardia, donde es subdirector, editorialista y columnista), algo que puede notarse en su estilo, que en las raras ocasiones que se aleja de lo informativo lo hace con ironía y humor. El libro, además, sigue de manera atenta el trabajo de investigación que Moix había desarrollado para títulos previos como La ciudad de los arquitectos (1994) o Arquitectura milagrosa (2010), en los que prestó atención también a obras faraónicas y espectaculares (el primero se hizo en el marco de la Barcelona de los Juegos Olímpicos y en el segundo revisó los efectos que tuvo el Guggenheim de Bilbao para la arquitectura icónica).

Un destino feliz que puede tener la prensa de investigación es la publicación de un libro, que a menudo parece funcionar como carpetazo. En este caso hay un encuentro afortunado entre la crítica arquitectónica, entendida como una disciplina artística, y la investigación sobre el mal uso de dinero público (como puede verse, entre otros, en los capítulos cuarto “Valencia. Sembrar vientos” y decimosexto, “Valencia. Recoger tempestades”). Pensando en que México también cuenta con un superávit de construcciones icónicas y caprichosas, y un palpable problema de especulación inmobiliaria que no han sido ignorados por la prensa ni la crítica cultural, ¿no hay material suficiente para escribir algo más que catálogos hechos al vapor o libros conmemorativos?



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